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“Arriba d’ellos”. Así intento. Arriba de los recuerdos que se agolpan en las cabezas de quienes me hablan, tratando de documentar aquello que no sienten relevante. “Ay, mija, yo no tengo na’ que contá”. Como si las jornadas de 20 horas o los calderos vacíos no fueran suficiente. “Arriba d’ellos”. De los amos que pusieron el pie encima del cuello del pueblo. Y digo amos porque nosotros fuimos sus esclavos. Rosarito La Cubana llamaban a la abuela de mi padre. Salieron de la isla a probar suerte, pero la suerte se alejó y el hambre tuvo más apego. Desde mis bisabuelos me ruge el vacío de las entrañas. “Arriba d’ellos”. Porque los puños se alzaron rojos como los TOMATES, duros como la TIERRA. “Arriba d’ellos” gritaban. “Arriba d’ellos” los siento. Porque la memoria es el privilegio que devuelve la vista al ciego. Por eso nunca se ha contado esta historia, para que sigamos dormitando con el arrorró que nos mece. Ellos ellos ellos ellos no cuentan conmigo, con mi generación que ha nacido libre de ese pie, de ese ahogo. Ellos no cuentan con la lava que nos levanta del suelo. Ellos no cuentan, se lo callan, en silencio, miedosos, porque ya sabemos escribir, y leer, y sumar. “Arriba d’ellos” estaremos más pronto que tarde, alzando el fardo de mis abuelas y gritando ARRIBA EL PUEBLO.