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Llevaba una hora dando vueltas en círculos. El navegador del coche de alquiler insistía en que, para llegar al punto de encuentro de mi próxima entrevista, debía girar a la derecha. El problema era que a la derecha no había nada.

Si hubiese estado allí 577 días antes, habría encontrado una carretera. Tendría que pasar por delante del cementerio de Nuestra Señora de Los Ángeles y del Colegio Público Los Campillos. Seguiría recto varios kilómetros, atravesando los barrios de Todoque y El Paraíso, hasta llegar a mi destino.

Pero todo eso había desaparecido. No existía carretera, ni cementerio, ni colegio. Una lengua de lava los había engullido. Los barrios de Todoque y El Paraíso estaban sepultados para siempre bajo toneladas de roca volcánica. Sobre ellos se extendía un territorio que los mapas aún no reconocían. Una enorme cicatriz negra en el rostro de la isla. Un nuevo malpaís.

“Malpaís” es una serie sobre segundas oportunidades; la historia de dos personajes heridos que se reconstruyen, al mismo tiempo que lo hace La Palma tras la erupción del Tajogaite. En el dossier, mi compañero Jacobo Díaz y yo escribíamos que uno de los elementos que nos interesaba explorar era la relación entre paisaje y psicología: cómo los espacios que habitamos influyen en nuestro carácter. ¿Pero qué ocurre cuando esos lugares solo existen en el recuerdo? ¿Qué sucede cuando desaparecen de repente, de un día para otro?

La respuesta la tuve cuando por fin logré llegar al punto de encuentro. Allí me esperaban José Heriberto Lorenzo (coordinador del CECOPIN), Eduardo Díaz (gerente de Volcanic Life) y Ángel Cervero (capitán jefe de la Guardia Civil).

Escucharon pacientemente mis quejas de turista sobre la nueva carretera de la costa, aún en construcción. Respondieron con exquisita amabilidad a mis preguntas, bastante tópicas y superficiales, sobre la erupción del volcán. Y tuvieron la generosidad de confiar en una desconocida, de hablar abiertamente sobre cosas que aún les duelen y que nunca podrán olvidar.

Como la historia del vecino al que fueron a evacuar, y les pidió ver cómo la lava se llevaba por delante su casa. O la de la mujer que tenía enterrado a su hijo en Nuestra Señora de Los Ángeles, y ya no podía llevarle flores. O la de los guardias civiles que lo habían perdido todo, y siguieron ayudando a sus vecinos durante la emergencia.

Gracias a sus testimonios, entendí que los tiempos de recuperación del paisaje son distintos a los de la gente. En las inmediaciones del volcán se han detectado los primeros brotes de vegetación; pero para los más de 7.000 desplazados por el desastre, el proceso será más largo.

Cuando los lugares que amas desaparecen, lo que queda es un enorme vacío. Una herida abierta, en carne viva, que tardará generaciones en cerrarse. Mientras quede alguien que recuerde las calles de Todoque y El Paraíso, la herida no podrá cicatrizar. Y eso es algo que, por honestidad y gratitud, deberá aparecer reflejado en la serie.