Dos de los principales terrores que azotan la mente de un guionista son el síndrome del impostor —que con tanto acierto describió Diana Rojo en su anterior entrada— y el miedo al folio en blanco.
Como de lo primero voy más que sobrado, decidí, hace tiempo, tratar de equilibrar la balanza contrarrestando al máximo los efectos de lo segundo. ¿Que cómo lo he conseguido? Pues no te creas que he tenido mucho éxito, pero al menos lo intento usando a mi favor otra de las costumbres habituales del guionista: el darles a las cosas todas las vueltas del mundo.
Durante este mes, especialmente al principio, eso es lo que he hecho sin parar. Pensar en la historia que tengo entre manos, hurgar en las motivaciones y mentes de mis personajes, tratar de hilar lo más fino posible para que no se quede ningún fleco suelto. Es una pelea tan desagradecida como constante. Pero, gracias eso y a la guía inestimable de Lola Mayo, me he dado cuenta de las aristas que algunos personajes necesitaban para que no fuesen simplemente ese papel doblado que pones para que no te cojee la mesa del salón, o de lo importante que es el momento en el que se da cierta información.
También di cuenta de lo crucial que es dejar respirar una historia; permitirnos un tiempo lejos de esa obsesión que nos embarga al meternos de lleno en un proyecto. Cuando volví de la primera semana en Islabentura Canarias, mi mente bullía de ideas nuevas y de cambios que me obligaban a reestructurar mi película, en cierta medida. Me obsesioné con escribir versión tras versión del tratamiento, cuando la vida adulta y la maldita necesidad de pagar la renta me lo permitían, atendiendo a las ideas que despertaron tras mi estancia en La Palma y al escuchar algunos de los consejos de Lola.
Decidí parar después de la quinta versión y coger aire.
A veces, para escribir bien es casi más importante pensar y compartir antes que hacer. Personalmente admiro a la gente que tiene la constancia de sentarse todos los días y escribir de lo que sea solo por hacer músculo. Yo funciono más por impulsos creativos de alta intensidad. Me paso más tiempo fuera que dentro del papel, dándole vueltas a mis pensamientos o compartiéndolos con quien esté dispuesto a aguantar la turra. Así, cuando por fin me siento, parece que el folio —o la pantalla— es un poco menos blanco, o por lo menos tengo que pensar menos para mancharlo con palabras. A lo mejor es por la bombilla de un tono inapropiadamente cálido que tiene la lámpara de mi escritorio, no te digo yo que no.
En ese sentido, el de compartir, he tenido la oportunidad de poder leer el trabajo de algunos de mis compañeros, y de mostrar el mío a quienes tuvieron interés o tiempo para echarle un vistazo. La verdad es que ha sido una experiencia muy enriquecedora. Lo primero me ha servido para confirmar lo que ya sospechaba: esta edición de Islabentura Canarias viene cargada de muchísimo talento. Lo segundo, además, me ha dado ese aire que necesitaba, esa perspectiva que te falta cuando tienes el foco muy cerrado y has pasado demasiado tiempo mirando a un mismo punto. La opinión de mis compañeros y de algunos colegas no islabenturers me ayudó a levantar la vista y observar mi película desde un poco más lejos, para darme cuenta de algunas cosas que había pasado por alto. Por eso creo que es tan importante compartir ideas y tiempo con quienes están en tu mismo modo obsesivo-creativo, aunque sea con una cerveza en la mano, hablando de nuestras cosas, como ocurrió felizmente con parte del equipo Islabentura que coincidimos en Madrid; porque nos da la motivación que necesitamos para seguir insuflando vida a nuestras historias.
Ahora que por fin he comenzado con el proceso de escritura pura y dura, se despierta en mí otro de los terrores habituales del guionista: conseguir la palabra exacta y el sentido preciso para alcanzar —o no sobrepasar— esas 90 páginas como máximo que necesita mi guion. Pero eso, queridos míos, es un terror para más adelante.
De momento, mi obsesión más inmediata será la de exprimir al máximo la experiencia que nos espera en la semana de formación de Islabentura, donde recibiremos un sinfín de interesantes talleres a los que no siempre tenemos la oportunidad de acceder como guionistas, y donde podré reencontrarme con algunos de los tutores, y con mis compañeros de batalla en este viaje: ese aire tan necesario en la atmósfera marciana en la que a veces se convierte el proceso creativo.