¿Cuánto cuesta un sueño? Esta pregunta que, probablemente, os suene cursi, poética e irrespondible me asalta en más ocasiones de las que me gustaría y lo está haciendo de forma más intensa durante los últimos meses en los que en ocasiones me he llegado a sentir un poco sobrepasada. Porque una es, como dirían los coach emocionales, resiliente, pero todxs tenemos nuestras cositas.
Esta entrada es una reflexión en alto a través de la que, con altas probabilidades, no hallaré la respuesta a la pregunta planteada pero que al menos me hará pensar sobre ella de la manera que mejor sé: escribiendo.
A veces siento que ser aspirante a guionista es como lanzarse a nadar en mitad del mar e intentar buscar una isla desierta que prometen paradisíaca. Tú nadas, nadas y no dejas de nadar y, cuando al fin parece que has encontrado la isla, te acercas moviendo piernas y brazos lo más enérgicamente posible y al llegar ahí compruebas que lo que veías no era tierra firme, sino una compresa flotando en mitad del océano.
Nadie dijo que ser David Meca fuera sencillo, pero siempre albergas la esperanza de que los dioses de la natación se fijen en ti y, de un soplido celestial, te manden directos a la industria audiovisual. Pero eso no es así. Conseguir este sueño es complicado y hay que trabajar mucho y muy duro para llegar a él. Y otra cosa os digo: ¿acaso David Meca tenía que compaginar sus entrenamientos de natación con un trabajo de oficina de ocho horas para poder costearse un piso de 40 metros cuadrados en Madrid? Pues ya os digo yo que no.
Así es ser aspirante a guionista. Tener una doble identidad como una drag queen, o como Batman, con la única diferencia de que tu labor no es salvar a la ciudad, sino a ti misma y, por supuesto, a ese sueño que aún no sabes muy bien lo que cuesta porque se paga a plazos.
No obstante, en tu incansable ejercicio de natación, siempre encuentras a monitores que te ayudan, te cuidan y te enseñan técnicas para mover mejor el cuerpo, ir más deprisa y no perder la cabeza -importantísimo, chicas-. Islabentura está siendo una escuela de natación que ya quisiera el equipo olímpico. Diana es la mejor entrenadora del mundo y siento que mis extremidades cada vez funcionan más ligeras pero, aún así, sigue siendo inevitable pensar cuánto más he de nadar, cuánto más he de sacrificar, cuánto tiempo más me va a ser imposible vivir en el presente por estar pensando en un posible futuro. En definitiva: cuál es el precio del pasaje a esa tierra prometida.
Joer, ¡qué bajona, tía! Pensaréis. Pero reconoced que todxs, en mayor o menor medida, hemos estado ahí y que la realidad es que, si escribir es realmente tu vocación, siempre hay algo que te anima a seguir nadando. Vale que igual cuesta llegar a la isla pero ¿qué me dices de ese bikini tan ABSOLUTAMENTE CHULO que te has pillado para meterte en el mar? Pues chica, a nadar que hay que lucirlo.
¿Y qué hago yo en los momentos de bajonetis? -además de apoyarme en mis seres queridos. Gracias a todxs-. En mi caso, la comedia siempre está ahí como tabla de salvación. Verla, comentarla y, ante todo, escribirla. ¡Y aquí es donde estamos! Tras el increíble viaje de abril, he iniciado el proceso de reescritura y desarrollo.
En esta fase me he centrado en la reestructuración y ampliación del dossier, en asentar todo lo aprendido en Gran Canaria -que fue muchísimo- y en ver referentes audiovisuales – sobre todo, las fotos del grupo de Facebook “No eres de Puerto Mogán sí”, una fantasía-. También he comenzado a trazar la escaleta del piloto y siento que no voy nadando a la deriva, sino que alguien desde las costas Canarias me ha lanzado una tablita de paddle surf. Ya veréis cuando me veáis de pie en ella, ¡vais a flipar! -sobre todo mi profe de educación física del instituto-.
Vale y después de esta turra sigo preguntando: ¿cuánto c*ño cuesta un sueño?
Ya os dije que no iba a ser capaz de contestar a esa pregunta, así que no valen quejas, haber leído con atención los primeros párrafos de esta entrada. Sin embargo, sí que tengo claro que un sueño es caro, pero nunca costará lo mismo que un reloj de Louis Vuitton y eso, al menos, es reconfortante.
Así que, llegados a este punto, sólo me queda daros un consejo: ¡a nadar sin parar y a lucir vuestros bikinis chulísimos, amigas! ¡Nos vemos en El Hierro!
** Posdata: en la foto de portada aparezco trabajando en la biblioteca Iván de Vargas, un sitio muy guay, muy nórdico. La realidad es que suelo trabajar en casa en pijama porque a una le gusta cumplir los clichés cuando son así de cómodos. Un besito.