Nunca pensé que ‘Especies distintas’ me iba a llevar a conocer tantos lugares tan diferentes. Desde Valencia, a las Islas Canarias y a Extremadura, es el guion más viajero que he escrito y eso que todavía está en las primeras fases de su creación.
Ya lo advertía el título, y es que formar parte de este laboratorio está siendo toda una aventura llena de contrastes y muchas emociones. No solo nos está dando la oportunidad de conocer algunos rincones isleños que ya forma parte de mis destinos preferidos y altamente recomendables, sino que este proyecto también está poniendo a prueba mi capacidad de aguante encerrada en mi estudio escribiendo en pleno agosto y con varias olas de calor colándose por la ventana. Así resumo este último mes que he vivido pegada a un ordenador, pero lo más interesante que hay para contar de este caluroso verano es la semana que disfrutamos en La Palma en la fase de formación.
Prometían ser unos días un poco más relajados que aquella loca semana de bienvenida en Tenerife, donde los viajes de ida y vuelta a las respectivas localizaciones de las islas se mezclaban con los nervios, las presentaciones y esa sensación extraña de estar en un lugar al que no sabes cómo has llegado ahí. Sin embargo, la última semana de julio tuvo otras muchas nuevas sensaciones. Cómo puede ser una isla tan verde, tan rocosa, tan cálida, tan fresca, tan relajante y tan apasionante, y permitirte descubrir todo eso en tan solo una siete días. Culpa de todo esto la tiene, como viene siendo habitual, María José Manso, empeñada en que conozcamos los más destacados parajes de sus islas -ella además, orgullosa palmera-, pero sin olvidarse, eso sí, de cumplir a rajatabla las tareas de formación y preparación de los proyectos. En La Palma aprendimos sobre nuestros derechos como creadores, de propiedad intelectual, debatimos sobre los límites de la creación, ensayamos el mundo transmedia y nos ofrecieron consejos de preparación al pitch para no morir de ansiedad en el intento. Fue como un máster intensivo-estival que nos puso las pilas y vino a decirnos que el tiempo se acaba y los guiones tarde o temprano tienen que volar por cuenta propia. Eso sí, mientras, a mí me gusta acompañarlo allá donde me lleva y disfrutar de este camino junto a mis compañeros y compañeras, con quienes también disfruté de divertidos momentos en la isla bonita, uno de ellos protagonizado por una caja de plátanos.
Superada esta segunda semana de aprendizaje y aventuras, ya solo nos quedaba ponernos manos a la obra y prepararnos para la fase final, la más difícil pero la que da sentido a este laboratorio. Sin embargo, nos aguardaba un spin off de la mano de nuestra tutora, Virginia Yagüe, que no dudó en invitarnos a Sara y a mí a pasar unos días en su casa de Madrigal de la Vera para hacer las tutorías presenciales y, por tanto, mucho más productivas. Escribir cada mañana con los sonidos de la naturaleza de fondo y con vistas al campo ayuda bastante a la creatividad. En solo tres días nos dio tiempo a escribir, reescribir, pasear, nadar en el río y comprar productos típicos de la tierra extremeña. Si a esto le sumas interminables charlas sobre cine, escritura y el oficio de guionista, aderezadas con un buen vino blanco, no se puede pedir más como broche de oro para este verano. Todo lo relacionado con Islabentura es siempre intenso, fructífero y divertido.
Volviendo a casa y encarando ya el último viaje de octubre, me vino a la cabeza la idea de que nuestras historias ya dejaron de ser nuestras hace tiempo. Compartir este proceso de escritura -con sus luces y sombras-, con profesionales como Virginia y Pablo (¡gracias por vuestra generosidad y simpatía!), con nuestros profesores y con los compañeros, permite que el viaje creativo sea más ameno, ya que como pasa con el vino, en compañía sabe mucho mejor. Nuestras historias pronto dejarán de pertenecer a las islas para empezar una nueva vida, esperemos, en manos de quien quiera hacerlas realidad y contarlas con imágenes.