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¿Cómo empezar la última entrada del proceso creativo de Islabentura? ¿Me pongo nostálgica? ¿Seria? ¿Me lo tomo como un juego? Precisamente en el anterior post hablaba del juego de ser guionista, de esta extraña pero apasionante aBentura en la que me he embarcado en los últimos siete  meses y que de alguna manera ha puesto mi vida profesional un poco patas arriba. ¿Y ahora qué? Cerré precisamente el artículo de octubre con aquello de que me gustan los finales abiertos. Os prometo que no lo he leído de nuevo, lo que demuestra que de alguna manera le doy vueltas continuamente a eso de que escribir (y la vida) es un juego y de que nada tiene un final cerrado (hasta que no se demuestre lo contrario).

Islabentura no ha terminado. Me consta que María José, Lorena y su equipo están preparando la próxima edición, y no dudo en que será de nuevo todo un éxito. Me presentaría una y otra vez a este laboratorio porque volver a Canarias es una necesidad que ahora me he generado de manera involuntaria. ¿Qué tendrán esas islas? Todavía no lo sé, pero creo que durante el proceso de re-escritura que se me viene encima iré desvelándome a mí misma sus secretos y qué es eso que tanto me apasiona de ellas. Mientras busco la manera de volver, solo me queda recordar una y otra vez lo vivido y no olvidar que de este viaje que es Islabentura me traigo a casa muchos tesoros que guardaré a buen recaudo.

Por un lado, una idea convertida en un guion. Una historia (casi) preparada para ser contada con imágenes en movimiento, o al menos el germen de un proyecto que para mí resulta fascinante tal y como ha empezado. También vuelvo con un premio bajo el brazo, uno que me hace especial ilusión puesto que seguiré trabajando en el guion gracias a la Fundación ‘Algo en Común’, y ese empujoncito me anima a continuar escribiendo ‘Especies distintas’. Otro tesoro son los cientos de imágenes que guardo en mi móvil -y en mi memoria- de los mejores rincones de Tenerife, La Gomera, La Palma, Las Palmas… Las fotos de la primera semana son más paisajísticas y tienen la finalidad de ser parte del proceso de documentación del proyecto, pero como por arte de magia, en
las fotos de esta última fase sale mucha más gente. Gente bonita, talentosa y tremendamente divertida. Gente de Madrid, Catalunya, Canarias… que ya no son gente, son familia. Hemos formado una familia guionística de lo más peculiar, una que se fraguó entre copas en un bar de Santa Cruz del cual prefiero no acordarme y que continuará afianzando lazos entre festivales, laboratorios y otros bares que descubriremos juntos. Me quedo sin duda con el mayor tesoro que es todo lo aprendido y reído de estas 13 personitas que ha parido María José con no poco esfuerzo. Me he reído hasta dolerme la barriga y he aprendido, entre otras cosas, que contar historias puede ser también un trabajo colectivo. Y es que cada vez que pienso, digo o escribo la palabra “laboratorio” me viene a la cabeza un grupo de catorce científicos ataviados con batas blancas y mezclando líquidos de colores en humeantes probetas de cristal. Todavía no hemos descubierto la fórmula mágica para escribir mil historias fascinantes, ni creo que exista tal receta secreta del éxito, pero jugar a que lo estamos intentado es muy divertido. Así que seguiremos jugando.