Este proyecto —cuyo punto de partida se inspira en hechos reales, que se entremezclan con ficción— está suponiendo para ambas un viaje emocional profundo, plagado de sentimientos hermosos pero también de incomodidad, de paseos al pasado, de momentos del presente y miradas al futuro.
La Maleta es una de esas historias que no dejan indiferente: cualquier persona, cualquier familia podrá encontrar en ella vivencias conocidas y reconocibles.
Escribir y actuar es desnudar tu alma y tu vida ante el lector o espectador, regalar a otros un pedacito de ti y de tu transitar por esos lugares de dolor, de risas, de llantos, de lo que se requiera en cada momento, y todo ello desde la verdad y la sinceridad, sin juzgar, sin engañar. Escribir y actuar debería de ser, ante todo y sobre todo, un acto de honestidad.
Esa es la clase de generosidad que se ha de tener clara: hay que abrir el corazón y no tener miedo a lo que pueda aflorar, a lo que te pueda cambiar. Ese es el compromiso que diferencia al arte de otras manifestaciones y que permite transformar la experiencia de la vida en una creación artística.
La Maleta es uno de esos proyectos que te obliga a sumergirte en esos recovecos oscuros y profundos que todos tenemos olvidados en algún cajón, con los que convivimos, a menudo, sin darnos cuenta hasta que un día hay un despertar. Es una travesía hacia momentos, sucesos y eventos que todos, sin excepción, vamos a vivir a lo largo de nuestra vida, pero de los que no hablamos, bien por convencionalismo social, bien por miedo, bien por desconocimiento, bien por…¡quién sabe!
Nuestro proceso creativo como, a buen seguro, el del resto de nuestros compañeros, es sinónimo de trabajo diario, de horas delante del ordenador —hablando, debatiendo y escribiendo—, sin horarios fijos, enviando audios a cualquier hora y desde cualquier lugar, ya sea desde la calle o desde un avión, y de dedicarle más tiempo del que tenemos y toda nuestra energía. El objetivo es no desconectar de la historia.
El punto de vista desde el que queremos abordar el proyecto nos ha exigido un esfuerzo extra de investigación y documentación: con una psicóloga hemos realizando un viaje de regreso a la infancia para intentar adentrarnos en la psicología infantil, en la mente aun no contaminada por el mundo, en lo mas puro del ser; un especialista en adiciones nos ha conducido a través de mentes menos amables, disfuncionales, marcadas por el dolor y los traumas; y algunos marineros nos han llevado de vuelta a casa y al pasado… Además de todo esto, hemos dedicado muchas horas a buscar y leer artículos relacionados de alguna forma con la historia que queremos contar, y no siempre ha sido fácil porque a veces nos hemos tenido que remontar hasta casi 50 años atrás.
Escribir no difiere en lo importante de escalar una montaña: hay que ir quitando piedras para avanzar y en ocasiones hay que retroceder para tener mejor perspectiva y ver si realmente puedes alcanzar la cima y cual es el mejor camino para lograrlo. Es una montaña rusa de emociones. Es el arte de lo desconocido y todo lo que se puede crear también se puede borrar.
Y cómo no, también hemos tenido momentos de magia de la mano de nuestro tutor Fernando León: esos días en los que estábamos intentando salir de un atolladero y encontrar algo que hiciera crecer nuestra historia y un e-mail de Fernando nos abría las puertas, despertaba nuestra imaginación y nos hacía sumergirnos incluso mas de lo que estábamos en esos mundos olvidados y desconocidos.
Crear las escenas, meternos en lo que pueden estar sintiendo los personajes, reflejar vidas y sentimientos, miradas, pensamientos es un trabajo extenuante en todos los sentidos: física y emocionalmente.
Y por fin, tras meses de trabajo duro logramos entregar a nuestro tutor, un tratamiento que ambas consideramos digno — ¡cuántas vueltas le hemos dado a ese final! — y sobre el que empezar a construir un guión que a buen seguro distará de la idea primigenia.
El camino no está siendo fácil —escribir nunca lo es— y menos cuando se juntas dos grandes cabezotas como nosotras. Requiere tiempo y paciencia. La tecnología es también una gran aliada para mantener a raya «esos momentos» del escritor en los que la frustración pega un golpe de estado y complica las relaciones.
El ejercicio de paciencia que ambas estamos llevando a cabo, mas el mutuo respeto aderezado con algunas risas están haciendo este camino mucho más sencillo de lo que cabría esperar.
Estamos en un mismo barco en el que cuando crees haber encontrado tierra, te devuelve otra vez a alta mar.