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El proceso creativo en la escritura, ese que es capaz de crear una historia donde antes no había nada; tiene muchos obstáculos y enemigos conocidos de los que mucho hemos hablado ya en estas entradas: desde el temor al bloqueo creativo, al pavor de la página en blanco, pasando por  la amenaza de la destructora procrastinación.

Pero hay un aspecto de la narrativa, audiovisual o de cualquier otro tipo, del que poco se habla y que a mí me parece una cima muy difícil de conquistar, pero que cuando la alcanzas significa que tu creación está en otro nivel. Se trata del tono. Encontrar, marcar y transmitir el tono adecuado de una historia es un arte de orfebre que no responde a normas estrictas. Depende de tu estilo de escritura, del género que estás abordando y de la historia que has creado, de su universo propio.

El tono es algo invisible que a menudo solo salta a la vista cuando falla, y a veces, en una ficción seriada, los autores no conseguimos consolidarlo en sólo un capítulo. Intentar crear un tono único, definirlo y delimitarlo en un solo episodio es una tarea tan ardua como apasionante.

Nuestra segunda visita del programa Islabentura Canarias puede ser contada en muy diferentes tonos, y todos fidedignos. En un tono aséptico o documental me limitaría a narrar con exhaustividad las edificantes formaciones recibidas en el Museo Benahorita, situado en El Paso, en las primeras jornadas. De la mano de reconocidos profesionales recibimos clases magistrales relacionadas con la gestión de derechos de autor, la propiedad intelectual, la representación de artistas, la presentación de proyectos, o la dimensión transmedia de la narrativa audiovisual.

Pero también se puede emplear un tono más familiar y aventurero, porque en esta segunda estancia en la isla de La Palma hemos descubierto rincones apasionantes que dejarían a Indiana Jones con la boca abierta. Como el bosque de Los Tilos. Tras muchas y cerradas curvas, en un ascenso constante de la montaña, llegamos a esta reserva natural sin parangón. El autobús apenas si encontraba espacio en la estrecha carretera que se abría paso en la tropical fronda. Al bajar y empezar a caminar, unos túneles horadados en la misma tierra nos conducían al punto final del destino, solo adivinado por el rumor del agua que oíamos cada vez más fuerte. Y al final, allí estaba: una cascada espectacular que nos hacía dudar si estábamos en el escenario de El Reino de la calavera de Cristal o en el mismísimo Parque Jurásico. Hasta un enorme cuervo se acercó a nuestra vera para recordarnos que estábamos en un entorno que se presta a la magia.

Y las aventuras no acaban ahí, porque también subimos a la cumbre de la isla, sobre el mar de nubes, y nos enseñaron las entrañas del TECAN, el Gran Telescopio de Canarias, uno de los más grandes del mundo. Esa cumbre, plagada de radares, espejos, y antenas orientados al universo, es una maravillosa forma de recordarnos los pequeños que somos, cuan basto es el espacio, y como la Isla de La Palma se presta también a historias relacionadas con la carrera espacial, la ciencia o con la Ciencia Ficción.

No quisiera yo caer en un tono dramático o sensiblero, pero la visita a las coladas de lava del Tajogaite nos elevó el corazón a la garganta. Menos mal que llevaba gafas de sol. El relato de uno de los protagonistas de las evacuaciones de Los llanos resultó estremecedor. Una mola de roca y piedra incandescente descendía ladera abajo destrozándolo todo a su paso. Los vecinos del lugar tuvieron que ver en televisión y en redes sociales, una y otra vez, como sus casas y las posesiones de toda su vida eran engullidas por una lava inmisericorde. Y pese todo, la esperanza. Los periodistas que en el ejercicio de su trabajo intentaban retransmitir lo que ocurría, y que en vista de la premura, lo dejaban todo para ayudar; los vecinos que, a pesar de que la amenaza también se cernía sobre sus casas, colaboraban con el de al  lado para que pudiera salvar algunas de sus pertenencias; los profesionales que pusieron en juego su vida para salvar la de algunos animales. A nuestro guía se le quebraba la voz, y a nosotros se nos saltaban las lágrimas, cuando nos narraba los instantes de solidaridad y hermandad que se vieron en la isla. Porque hasta cuando el tono de tu historia está empapado de drama, hay espacio para matizarlo con humor y con amor.

Si tuviera que quedarme con un solo tono para describir la estancia en La Palma, sería el Feel Good, o tono reconfortante, por aquello de no caer en anglicismos. La mejor forma que encuentro de describirlo es como el tono que te alegra el día. Una ficción con tono feel good es la que te apetece ver cuando llegas a casa después de una jornada agotadora. Es el tono que te hace sentir bien, que te hace olvidar la cotidianeidad, y eso ha sido nuestra estancia en Canarias. La clave para conseguir crear un tono feel good, son los personajes:  los tienes que querer, te tiene que importar lo que les pase; y para eso, Islabentura, tiene un elenco sin igual.  Sólo la mano de un creador muy experto  sería capaz de crear un abanico de personas tan diferente, tan llenos de matices distintos y a la par tan similares en cuanto a la luz y el amor que desprenden.

No quiero hacer pornografía emocional, ni que esto fuera This is Us; pero pocas cosas hay más reconfortantes que rodearte de compañeros brillantes, divertidos y generosos, en un programa en el que se ha cuidado cada detalle. Porque las organizadoras de este laboratorio son tanto creadoras de la historia de Islabentura como personajes de la misma y han creado, y están creando, una historia que contiene muchas historias; un universo de metalenguaje que nos convierte a los creadores en cronistas, en protagonistas y que se presta a todos los tonos imaginables.