La segunda semana de laboratorio fue una combinación de formación y convivencia, en la que mientras recibíamos conferencias especializadas sobre diferentes procesos importantes a la hora de levantar un proyecto, pudimos pasar tiempo de forma más distendida con nuestrxs compañerxs y tutorxs mientras visitábamos algunos enclaves icónicos de la isla, como el Parque Nacional del Teide o la Punta de Teno.
Quizás lo más llamativo de la organización de esta segunda semana es su enfoque práctico. La mayoría de conferencias están dirigidas, más que a lo estrictamente creativo, a los aspectos más industriales del proceso de hacer películas o series (derechos, ventas internacionales, pitch, etc).
Lo cierto es que estos procesos industriales, económicos, legales y burocráticos necesarios para hacer que una película exista realmente son a menudo aquello que menos apetece hacer a las personas con impulsos creativos. Qué duda cabe que escribir, filmar, ensayar, editar, localizar, sonorizar, planificar o simplemente pensar la película en tu cabeza o ver otras que te inspiren es más gozoso y estimulante que ajustar sinopsis a distintas magnitudes exactas, revisar contratos o, sencillamente, pensar en dinero. Sin embargo, incluso en los proyectos más artesanales, lo cierto es que estar o no dispuesto a afrontar este tipo de procesos constituye probablemente la diferencia entre que una película llegue a existir o no. El audiovisual es todavía una cosa que cuesta mucho dinero, aún en los casos en los que menos dinero cuesta. También es una industria de enormes dimensiones.
Cocteau dejó dicho algo así como que hasta que la cámara no fuera igual de accesible que el bolígrafo el cine no sería un arte plenamente consolidado, lo cual, en términos ideológicos, siempre me pareció una reflexión bella y certera. Grandes maestros del documental más ensayístico o personal, de espíritu especialmente ácrata, como Marker, Mekas, Pelechian, Varda, Patino o el propio Godard, abrieron un camino especialmente emancipado de lo industrial, muy dado a la reformulación de material preexistente, que ha sido fructíferamente transitado con posterioridad. Pero en mi humilde opinión, aún con el abaratamiento y la “democratización” de la tecnología característicos de nuestro tiempo, la dimensión industrial del cine sigue siendo determinante y pervive aún en las propuestas más independientes. Tengo compañeros que trabajan con una MiniDV en documentales en primera persona, sumamente artesanales en el mejor de los sentidos, y aún así están esperando alguna fuente de financiación para poder rodar, postproducir o distribuir sus proyectos. La dimensión industrial del cine, al menos durante el proceso productivo, puede minimizarse muchísimo (y de cara a ciertas propuestas creativas esto es deseable), pero hasta donde yo he visto nunca puede abolirse por completo. Y después del proceso productivo viene la distribución, donde esa dimensión industrial del medio cinematográfico es directamente ineludible y determinante.
Así pues, personalmente, creo que aprendiendo a ver esa parte más alejada de lo estrictamente creativo como algo consustancial al proceso se gana no sólo en productividad sino en bienestar. Por lo demás, lo cierto es que ajustar sinopsis a distintas magnitudes te ayuda a jerarquizar los elementos narrativos de tu proyecto, escribir memorias a sintetizar y compactar tu propuesta creativa, planificar muy bien todo lo referente a contratos, licencias, derechos, etc, a llevar tu proyecto a buen puerto sin estrellarte, sencillamente. Por último, lo cierto es que en el presupuesto se toman algunas de las primeras y más determinantes decisiones creativas. Los medios, en mi humilde opinión, son parte del lenguaje, incluso la base del mismo. Particularmente, el volumen de producción en el que se sitúa un proyecto es en cierta manera su punto de partida. Intento escribir películas que, además de salirme de adentro con honestidad, crea que puedo llegar a rodar, lo cual, en mi caso presente, significa entre otras cosas que tengan un presupuesto escueto. A partir de ahí se ha ido solidificando una propuesta creativa que ahora ya necesita ineludiblemente de esos medios escuetos para poder ser materializada. Es evidente que no se puede rodar El Señor de los Anillos con un equipo de ocho personas, pero hay algunas otras cosas concretas que necesitan un equipo de ocho personas, y no el de El Señor de los Anillos. En el trabajo con no actores o en las películas de ficción que tratan de partir de cierta materia documental, que es mi caso actualmente, existe una intimidad deseable. Sumergirte en la realidad en vez de recrearla, así como ciertos manejos heterodoxos del tiempo de rodaje, requiere flexibilidad y agilidad, también cierta capacidad de invisibilización en el entorno. Para ciertas apuestas estéticas basadas en la gestión de la luz natural, o en alguna forma de brutalismo lumínico, los grupos electrógenos son directamente contraproducentes… y así con todo. En mi caso concreto, esos medios escuetos son parte imprescindible del proyecto, que en realidad no podría filmarse de otro modo. Esa decisión fundamental, que no se traduce en una imagen ni un sonido, sino en celdas de Excel, es sin duda también parte de la cosa.
Por lo demás, esta segunda semana del laboratorio nos permitió disfrutar de nuevo de la tremenda hospitalidad del equipo de Islabentura y conocernos mejor entre nosotros. Es curioso como tratándose de proyectos y personas tan distintos hay una sintonía común que hace que la convivencia sea agradable y divertida. En estos momentos más distendidos, también, de forma más indirecta, es cuando se produce una interacción más íntima que enriquece el proceso de desarrollo del proyecto.