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Ojalá poder decir que, con el tiempo, escribir se vuelve más sencillo. Pero no. Al menos, en mi caso. Cuanto más escribo, leo, vivo y aprendo, más complejo me parece este oficio. Más misterioso. Más hermoso.

Parece una paradoja, pero con la experiencia soy más consciente de mis carencias, de lo mucho que aún me falta por aprender. Es un círculo vicioso: cada nueva historia es una vuelta al punto de partida; a las inseguridades, las preguntas, las noches en vela intentando encontrar respuestas.

Después de tantos años, solo hay una cosa de la que estoy convencida: que no puedes esconderte en el papel. Escribimos como somos. Nuestra auténtica naturaleza acaba revelándose, por más que intentemos ocultarla.

Nunca he entendido que, en la industria, a los guionistas se nos considere piezas intercambiables. Partiendo del mismo origen, la historia que yo pueda contar nada tendrá que ver con la de otro compañero. Cada uno aportará sus vivencias, sus miedos, su luz y su oscuridad.

Por todo esto, no me preocupa demasiado que la premisa de “Malpaís” no sea la más original del mundo. Thrillers de madres que buscan a sus hijos desaparecidos los hay a patadas. Casi tantos como dramas sobre tragedias y desastres naturales.

Lo que realmente me importa es el desarrollo de esa premisa, porque ahí es donde está realmente la historia, el oficio, y donde siento que puedo aportar más. Quizá por eso escribo: es un intento, algo egoísta y casi siempre inútil, de dejar un eco de mí misma en alguna parte.

La cosa se complica un poco cuando escribes a cuatro manos. En mi caso, con Jacobo Díaz, con quien formo equipo creativo desde hace 8 años. No podemos ser más distintos en personalidad o forma de escribir. Ni siquiera vivimos en la misma ciudad, y no recuerdo la última vez que lo vi en persona. Pero intentamos usar las diferencias a nuestro favor, para enriquecer la historia.

Antes de ponernos a escribir, hablamos mucho; sobre todo de los personajes, de sus motivaciones, sus objetivos y su forma de enfrentarse al mundo que hemos creado para ellos. Hablamos de sus viajes a lo largo de la temporada, del lugar hacia el que van y de cómo queremos que lleguen allí.

Para el piloto de “Malpaís” seguimos nuestro método habitual. Solemos trabajar en bloques de secuencias, que vamos intercalando. Por ejemplo: yo escribo las ocho primeras, él las ocho siguientes… Y así hasta el final del episodio.

Después, nos las intercambiamos: Jacobo reescribe mis secuencias y yo las suyas. Cuando tenemos un primer borrador conjunto, cada uno vuelve a editarlo varias veces más. Hasta llegar a una versión que nos convence a los dos.

Cuando le mandamos la primera versión de “Malpaís” a Curro Royo, nuestro tutor, no estábamos muy convencidos. Teníamos claro que íbamos a hacer cambios sustanciales en la segunda. Queríamos que nuestra protagonista fuese más activa, que hubiese más misterio y que el final del episodio impulsase la serie. Así que, tras las notas de Curro, nos pusimos a reescribir y volvimos a editar el guion unas cuantas veces más. En total, dieciséis. Y las que faltan…

No sé si es el mejor método, pero a nosotros nos funciona. Implica respetar y confiar en tu compañero, y sentir que él hace lo mismo. El resultado: una mezcla homogénea de nuestras personalidades y estilos, de nuestras virtudes y defectos, al servicio de la historia que queremos contar. Esperamos de todo corazón que os guste.