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Fotografía de rodaje de «Los Bridgerton». Liam Daniel / Netflix

¡Llegamos a la recta final!

El tiempo pasa rapidísimo. Parece ayer cuando estábamos embarcándonos en la aventura canaria, y ya hemos entregado nuestros guiones y dossiers. Os comparto algunos de los pensamientos sobre la escritura de ficción basada en hechos históricos que me han rondado con La Zafra:

Escribir ficción histórica

Antes de dedicarme profesionalmente a la escritura me licencié en Historia. Quería ser arqueóloga. Me fascinaban las clases en la facultad. Podía pasarme horas escuchando relatos del pasado, cuánto más viejos mejor. Soñaba con los ojos abiertos, deambulando por espacios imaginados, desaparecidos hace siglos, figurándome las pasiones por las que vivían los que dejaron sus cuerpos atrás.

Y lo que imaginaba, siempre terminaba escrito.

Un día, uno de mis profesores se manifestó muy indignado en el aula. Acababa de leer una novela histórica y estaba enfadadísimo con su autor. El libro había sido escrito por un periodista. Para mi profesor esto era una aberración. Tras señalar las múltiples inexactitudes históricas del texto, sus anacronismos pufos, sentenció: “La novela histórica deberían escribirla los historiadores, no los periodistas”. Estaba cansado de contestar preguntas impertinentes, de aclarar las confusiones en las que los diabólicos autores sumergían a los pobres lectores.

La ficción histórica, la herejía mayor.

La ficción discurre por un sendero, y la no-ficción por otro. Que una trama ambientada en el pasado esté bien documentada es un valor enorme. Un universo “falso” ha de ser verosímil si quiere ser habitado por lectores y espectadores. De lo contrario, apaga (o cierra, si es un tomo) y vámonos. Pero la ficción, por naturaleza, es inventada. Su objetivo principal es servir al placer. Si una novela, serie o película está muy bien documentada pero es aburrida, nadie la leerá ni verá.

¿Vemos Los Bridgerton por su fidelidad histórica? ¿Es crucial para el espectador conocer el exacto funcionamiento del motor de curvatura con el que se desplazan las naves de Star Trek?

Los Bridgerton no existirían sin su época, Star Trek tampoco. Pero ambas sirven a sus propias reglas, a su verdad propia dentro de la narración.

La suspensión de incredulidad.

El espectador quiere jugar con tu obra. Te está cediendo lo más valioso que tiene a cambio: su tiempo. Si para disfrutar tiene que aceptar que hay magos entre nosotros, que somos pilas alcalinas y vivimos en una simulación, que los millonarios luchan contra el mal con orejas de murciélago o que los gusanos gigantes producen combustible espacial, lo hará. El espectador es inteligente: sabe que todo es mentira. Pero, ¡ay, qué divertido es creer!

Contando con que el espectador va a estar de tu parte, tampoco lo traiciones. Establece las normas de tu universo y sé fiel a ellas. La decepción es terrible.

Las novelas las escriben los escritores. Los manuales, los científicos. 

Más de la mitad de mi producción como autora, ya sea en el teatro o para televisión, se ambienta en hechos históricos. Mi formación como historiadora me empuja a la investigación exhaustiva del universo antes de ponerme a edificar en él. El proceso me divierte e inspira. Animo a quién quiera desarrollar ficción histórica a investigar todo lo que pueda. Tantas veces la realidad supera a la ficción que siempre se cosecha algo jugoso. El pasado es un mundo lejano, exótico, bello, esperando a ser redescubierto. Alimenta la curiosidad.

Pero escribimos ficción, ¿de acuerdo?

Viejas dudas

Cuando escribo ficción histórica siempre dudo calibrando el uso del idiolecto y el cumplimiento de las normas sociales. Acerca del idiolecto, las convenciones sobre cómo se hablaba en el pasado han sido establecidas antes por el cine o la novela que por los historiadores. Las fuentes documentales más antiguas recogen cómo se expresaban por escrito los que sabían escribir en distintos contextos. Más allá de las identidades culturales propias, nadie se dirige igual a su jefe que a su mejor amigo, ni se expresa igual en un grafiti que en un tratado, ni habla igual el pobre que el mendigo, ni el sensible que el rudo. Supongo que en el pasado los códigos de comunicación oral (La más presente en la ficción dramática) no se diferenciaban demasiado de los actuales: Protocolo, a veces. Buscando una mayor verosimilitud, es una tentación asumir las convenciones pre-establecidas y poner frases antinaturales, de prolijo vocabulario, desigual atractivo e imposible pronunciación, en boca de todos los personajes. (Ojo, que, en uno o dos personajes, esta forma de hablar puede ser un rasgo estupendo).

Que sí, que “me renta” o “qué random” son expresiones hijas del s. XXI. ¿Podemos usarlas en una ficción ambientada en el siglo II a.C? Sí, si las reglas del universo que hemos establecido (tono, género…) lo aceptan. Por eso de la verosimilitud que mencionaba antes. ¿Qué? Somos escritores, es decir, creadores de mentiras con patas.

Hamilton era un rapero top.

En lo tocante a las normas sociales al escribir ficción histórica, encuentro que hay que luchar contra muchos prejuicios, sobre todo cuando se escriben personajes femeninos. Los personajes masculinos pueden hacer casi de todo sin que su comportamiento sea juzgado como inverosímil. En cambio, a los personajes femeninos se les espera una actuación comedida y recatada, cumpliendo al 100% con lo que la sociedad esperaba de ellas en cada época. Parece que la mujer solo hubiera sido una, la obediente, pía y afable, madre y esposa, incapaz de salirse de los márgenes (Solo las malvadas pueden ser diferentes). Hubo mujeres así, por supuesto. Pero también las hubo al contrario. Algunas solo se manifestaron “rebeldes” en la intimidad, otras lo hicieron en público.

¿Sabíais que en Pompeya ya había establecimientos de comida preparada para llevar? 2.400 años después la Lisístrata de Aristófanes sigue provocando risas en el público. ¿Por qué nos pensamos tan diferentes a los que nos precedieron? Si no hay dos personas iguales, ¿por qué reducimos a la mitad de la humanidad, a las mujeres, sentenciando que “una chica de esa época nunca hablaría así”? ¿”No hablaría así” por que no se le ocurriría o por temor a las consecuencias de hacerlo? Porque lo segundo me interesa, y mucho. Está lleno de riqueza narrativa: La mujer no es lo que los otros quieren hacer de ella. Un digno antagonista en una serie, ¿no?

Lo que interesa, lo que remueve, conviene.

Próximo destino: Lanzarote.

Mientras escribo esto, estoy recuperándome de Covid. A pesar del malestar no puedo dejar de pensar en La Zafra, en el pitch que haré ante las productoras y productores, y en el próximo (y último) viaje en Islabentura. Ojalá todas las ficciones que mis compañeros y yo hemos desarrollado en el laboratorio sean producidas, porque cuanto más conozco su proceso creativo, más me muero de ganas por verlas. ¡Y de verlos a ellos muy pronto!

¡Larga vida y próspera a los escritores y a sus diamantes de la temporada!