Cuando vi la pantalla del móvil prenderse por un mail de Islabentura pensé que listo, que otra convocatoria en la que no me habían cogido, que qué mala suerte, que seguro que el próximo año le dedico más tiempo y un millón de cosas más a las que intenté no dar mucha vuelta porque estaba en medio de una sesión con mi psicóloga y ya demasiados traumas tengo a pagar. Pero la sesión terminó, volví a abrir el mail y comprobé que, pese a lo que decía mi ansiedad, me habían seleccionado. Luego María José me lo confirmó y fue como entrar en la mansión de Los Vengadores. Y además con Diana Rojo de tutora. Ni los angelines del cielo que diría mi abuela. Muy poco papeleo y una reunión con Diana después, estaba en el aeropuerto para montarme en el avión rumbo a Lanzarote con la mochila cargada de ilusión, pero también de droga.
Eso seguramente es lo que pensó el border collie de la guardia civil cuando me hizo el alto en el aeropuerto de Lanzarote. La droga, como la procesión, va por dentro, pero me mantuve firme y enseguida descubrieron que no era un narcotraficante sino solo la víctima de un perro al que le habían fallado uno de sus trescientos diecisiete millones de receptores olfativos. Te quiero, border collie, tú no tienes la culpa de ser un chivato.
En Lanzarote terminé de conocer a los compañeros y al resto de tutores. Qué lujo, qué rica la comida en todos los sitios y qué bien se siente uno rodeado de gente tan entusiasta y con proyectos tan increíbles… Y casi sin quererlo, comenzaba la fase de documentación.
Los herreños y palmeros tuvimos que coger el avión pronto y ya en el Binter le prometí a Bryan (a.k.a el international) que si nos estrellábamos en cualquier lugar nevado no iba a dejar que nadie se comiese su cadáver. Lo único que le pedí a cambio fue su Tirma. Colombia y España nunca estuvieron tan unidos. Nada más llegar a la isla y prometerle a la chica del Cicar que le iba a dar un papel en la serie cogí el coche a la Restinga. Uno de mis mejores amigos lleva años viviendo en El Hierro y yo llevo años visitándolo así que se puede decir que La Resti es un poco casa… Gracias al cabildo y a las gestiones de amigos pude hablar con la Salvamar (Bertín, eres el mejor), con voluntarios de la Cruz Roja, paseé por el Lajial buscando cuevas donde mis protagonistas pudiesen esconder su base secreta, me senté a escuchar a los paisanos y hablé con ellos (aunque es mucho más divertido escucharlos) e hice un par de inmersiones en el Mar de las Calmas (para ver cómo funciona un centro de buceo, lo juro). Aproveché para seguir trabajando en La (última) guerra de las pulgas – a partir de ahora L.U.G.D.L.P – y darle vueltas a todo lo que había hablado con Diana. Tenía que conseguir que mi serie no pareciese una peli y darle una vuelta a mis giros que como giros funcionan pero no llegaban a ser del todo coherentes con los personajes.
Volvimos a Lanzarote y nos reencontramos como los niños que se ven después del verano en los coles que molan. En los talleres Elena Alonso y Cristina Calle nos pusieron patas arriba buscando la manera de poner nuestro yo en las historias que escribimos, y a Josep Gatell le aceptamos el agua, la sabiduría y la trampa de salir a pitchear por primera vez nuestros proyectos. La mejor manera de empezar está aBentura. Seguimos.