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Con la resaca emocional aún pesando en mi cabeza, volví de aquella primera semana de locura en IsLABentura Canarias. Estaba feliz, no solo por haber conocido a un grupo de bellísimas personas y grandes profesionales, sino por, además, haber tenido la oportunidad de sumergirme de lleno en un entorno y conocido a unas personas fundamentales para la historia que cuenta «Lo que la naturaleza da». Una oportunidad que pocos guionistas tienen durante su proceso creativo.

Durante el viaje, los días transitaron rápidamente entre la timidez inicial de bienvenida y un anecdotario muy acorde con el nombre del laboratorio: tuvo islas, por supuesto, y ya te digo yo que hubo un buen puñado de aventuras.

Tras abandonar Tenerife con una cálida promesa de reencuentro con tintes de campamento de verano, viajé a La Palma con una apretada agenda de entrevistas. En primer lugar, me reuní con José Heriberto Lorenzo, coordinador del CECOPIN, para que me hablase de primera mano de las consecuencias para la población la reciente erupción del volcán de Cumbre Vieja. «Lo que la naturaleza da» es un thriller dramático que transcurre con aquel desastre como telón de fondo y necesitaba una visión a pie de lava, pero alejada del sensacionalismo tan presente en los medios durante la catástrofe. José no decepcionó, y durante algo más de una hora, estuvimos charlando sobre las oportunidades de cambio que puede traer una tragedia de esta magnitud si se hacen las reflexiones adecuadas, sobre la realidad a la que se enfrentaban los palmeros, más allá de limpiar ceniza de los tejados, y sobre la relatividad del tiempo cuando la naturaleza decide manifestarse y reclamar lo que le pertenece. Esos, precisamente, son algunos de los temas sobre los que trata mi película, por lo que la conversación fue profundamente enriquecedora.

Desde el primer momento tuve claro que la erupción del Cumbre Vieja no podía ser protagonista de la trama, aunque fuese un contexto inevitable; «Lo que la naturaleza da» es un drama que habla sobre el desarraigo, sobre lo importante que es un entorno adecuado para encontrar tu sitio en el mundo, y de cómo afrontar la adversidad cuando la vida te da un vuelco. No es una historia específicamente de la tragedia de La Palma, pero, ¿se te ocurre mejor contexto para hablar sobre estos temas? Los palmeros demostraron, desde el ya mítico «hay tiempo de comer» con la erupción de fondo, que lo importante no es el problema al que te enfrentes, sino cómo lo gestiones y qué enseñanzas saques de la experiencia. Esa resiliencia puede chocar vista desde fuera, y ser consciente de ello es precisamente lo que hace que la vida de Paula, mi protagonista, cambie para siempre.

Ver de primera mano las consecuencias de la erupción impresiona mucho, pero más impresiona la calma con la que los habitantes de La Palma son capaces de afrontarlas. Al fin y al cabo, hay que tirar para adelante.

Pero, como no todo van a ser tragedias y volcanes, mi siguiente encuentro iba a ser más distendido, aunque igualmente emocionante. Después de comer me acerqué a la casa de Sosó, figura mítica del carnaval de Los Indianos y de la danza de los enanos. Los momentos previos al clímax de «Lo que la naturaleza da» transcurren durante los festejos del carnaval, un entorno onírico de vestidos blancos y talco, que tiñe Santa Cruz de la Palma de recuerdos de otra época. Los Indianos no se entienden sin la figura de «La Negra Tomasa» creada por Víctor Lorenzo Díaz «Sosó» hace casi treinta años. Estaba claro que La Negra Tomasa tenía que aparecer de una manera u otra en la película, pero, ¿cómo encajar, en pleno 2022, el personaje de un hombre blanco que se disfraza de una mujer negra voluptuosa de la época colonial? Necesitaba, como mínimo, conocer a la persona que había detrás.

Charlar con Sosó fue toda una experiencia. Es un hombre que, con más de 80 años, sigue emanando esa ilusión inocente de la infancia, especialmente cuando se le mencionan Los Indianos. Se nota que vive por y para los festejos y los espera cada año con la alegría de quien se siente querido y disfruta de la vida. A la vista está por el museo de recuerdos y regalos en el que ha convertido su casa, donde nos reunimos al abrigo de un roncito palmero. Su vida está cargada de tantas anécdotas y vivencias que era imposible reconducir la conversación hacia lo que yo tenía en la cabeza, así que rápidamente me di cuenta de que tenía que dejarme llevar a través de las peripecias de aquel migrante canario de costumbres sencillas que estuvo diez años viviendo en los países nórdicos y regresó a su tierra para convertirse en una institución. Sin duda, una vida que daría por sí sola para varias películas. ¿Cómo no iba a estar representado en la mía? El cómo reaccionarán una treintañera alemana de mente cuadriculada y una carterista madrileña desahuciada de la vida y adicta a la heroína cuando se crucen con él en medio de una nube de talco y alcohol, es algo que aún no te puedo desvelar…

Tras dejar a Sosó viendo la tele, mi siguiente destino no iba a ser menos emocionante.

Otro de los personajes fundamentales de «Lo que la naturaleza da» es Maximiliano, un cabrero bastante peculiar que fue el mejor amigo de Félix, el difunto padre de Paula. Paula necesitará su firma para poder acceder a la herencia, una casa a medio construir que, aunque intacta, se encuentra rodeada por las coladas volcánicas. Su relación no comienza con el mejor pie, pero Maximiliano ve en Paula la viva imagen de su padre, al que idolatraba, y se esforzará por que descubra cómo fue el auténtico Félix, a pesar de que Paula no llegase a conocerlo. Con todos estos antecedentes, necesitaba empaparme de las costumbres ganaderas de la zona, cómo vivían hace treinta años, si practicaban aún la trashumancia, y todos los entresijos de la vida de un cabrero.

Gracias a la labor de Javier Afonso —a quien estaré siempre agradecido por su gestión y por todo lo que se lo ha currado— conseguí a uno de los tipos más carismáticos que he conocido en mi vida: un cabrero y experto en salto del pastor llamado Isaac Pérez «Horacio». Horacio cumplía 90 años tres días después de nuestra entrevista, pero si me hubieran dicho que eran 60 me lo hubiese creído sin dudarlo. Tiene la vitalidad y el sentido del humor de un chaval de 20 años, pero con la sabiduría y la parsimonia de varias vidas a las espaldas. Me acogió en su casa y me contó tantas historias que podría seguir allí sentado y sería la persona más feliz del mundo.

Charlando con Horacio aprendí cómo es la dura vida de un cabrero que con apenas 14 años ya recorría la isla con el rebaño de su tío, pasando meses y meses entre la costa y la cumbre. También descubrí que era una tontería que Max fuese experto en Banot —juego del palo canario— porque en La Palma no se estilaba tanto, y que tenía mejor encaje que manejase la lanza del salto del pastor, una técnica única en el mundo para desplazarse por el escarpado terreno de las islas. Fueron estas habilidades las que le permitieron al propio Horacio llegar el primero al helicóptero militar que se estrelló en La Palma en 1978, y salvar la vida de cuatro de los siete tripulantes. Menos mal que grabé toda la conversación, porque ni yo mismo lo hubiese creído. Puro oro.

Tras unos días de gran intensidad y descubrimiento en los que, además del Cumbre Vieja, tuve la oportunidad de visitar parajes de ensueño como la cascada de Los Tilos o el Roque de los Muchachos, regresé a Tenerife a reencontrarme con mis compañeros de «LABenturas», disfrutar de lo que el FICMEC nos tenía preparado, y a seguir llenando la mochila con anécdotas de lo más variopintas.

Fue una semana en la que podrían haber cabido siete vidas por la cantidad de cosas que experimentamos, aunque, paradójicamente, se me hiciera demasiado corta. Cosas de la relatividad. Después de aquellos siete intensos días nos dijimos hasta luego y regresamos a nuestras casas.

En el avión con destino a Madrid, mientras terminaba a toda prisa un proyecto que tenía que entregar al día siguiente, fui consciente de que, a pesar de estar regresando a la dura realidad, aquel viaje no había hecho más que comenzar.

En un par de meses regresaríamos todos a La Palma para continuar con el proceso de formación y desarrollo de nuestros proyectos, pero, antes de eso, tenía que ponerme manos a la obra con la ayuda de mi tutora, Lola Mayo, que por desgracia solo pudo acompañarnos en la isla durante los primeros días.

Al regresar a Madrid pude al fin quedar con ella para tener una reunión más intensiva, en la que hablamos mucho de la historia y su contexto, de lo que yo había sacado en claro durante la fase de documentación, y de los pasos a seguir a partir de ese momento. Fue una conversación muy productiva, en la que entendí, por ejemplo, que Paula ganaría mucha profundidad si se encontraba en una etapa más madura de su vida, y rozaba la cuarentena en lugar de la treintena. También propusimos varios cambios de enfoque, como el de usar la propia erupción para que Paula no pudiese acceder a la casa hasta más avanzada la película, o que el arco del personaje de Erika, la chica alemana que llega para ayudar en las labores de limpieza, no fuese tan limpio e inocente.

Tras esta reunión pude elaborar una tercera versión del tratamiento, en la que sigo trabajando para cerrar los últimos flecos y comenzar por fin con la escritura del guion literario. Aún queda mucho trabajo por delante y no tanto tiempo, pero las ganas y la ilusión renovada están marcando índices récord según los parámetros marcados por no sé qué Universidad de Nosedonde, Massachussets.

No te puedes imaginar las ganas que tengo de ver ese guion impreso, perforado y anillado. Pero más ganas aún tengo de reencontrarme en La Palma con el resto de mis compañeros para compartir vivencias, dudas, ayudarnos mutuamente a desarrollar nuestros proyectos y darnos cabezazos contra la pared porque solo queden tresmesesparaelpitchfinalaydiosmío.

¡Seguimos!