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¡Hola a todos! Hoy quiero compartirles mi proceso creativo para escribir este guion

Todo comenzó con un viaje a Japón, una tierra de contrastes y eficiencia extrema. Allí, escribí la versión 1 de mi guion, exclusivamente en trenes. Pasé días enteros viajando de un lado a otro, aprovechando cada trayecto para teclear frenéticamente en mi portátil. Por las noches, revisaba lo escrito en hostales con habitaciones compartidas por doce personas, durmiendo en cubículos más propios de una película futurista de serie B que de lo que estamos acostumbrados en Europa. La gestión del espacio cobra un nuevo significado en Japón.

Desde siempre, mis lugares favoritos para leer han sido los autobuses y el metro. Los aviones, en cambio, son como somníferos instantáneos para mí. Me duermo antes de que despeguen. Pero en los trenes, mi cabeza se activa, mi concentración es absoluta, y encuentro inspiración en cada paisaje y cada rostro que me rodea. En este viaje, iba acompañado por mi hijastro de 18 años, que demandaba mi atención constantemente. Pero, cuando él dormía en los trenes (haciéndose un paralelismo con mi tendencia a dormirme en los aviones), eran los momentos más creativos para mí. Fue en esos instantes de paz donde encontré tramas secundarias para mi película y mis personajes comenzaron a brillar como si Chuck Palahniuk, el guionista de «El Club de la Lucha», me susurrara al oído.

Entre templo y templo, y una cultura completamente nueva para mí, tuve momentos de abstracción total. Pude sentir a mis personajes por primera vez. Sin olvidar los valiosos consejos de Marta Buchaca, mi tutora, que siempre me impulsan a continuar mi historia. El taller que tomamos en Lanzarote me ayudó a implementar mis propias vivencias en la vida de los personajes, rescatando relaciones tóxicas con novias del pasado y situaciones personales complejas que me enseñaron valiosas lecciones. Todo resurgió como burbujas de un buen champán: claras y con fuerza.

Finalmente, logré plasmar toda la película en un documento único. Me despejé de inseguridades y la compleja historia que quiero contar se fue revelando poco a poco, como una fotografía que se desarrolla en un cuarto oscuro. Aprendí a crear triángulos dramáticos en mis personajes, a reducir la trama para que sea asequible sin perder emoción ni suspense, y a escuchar las lecciones que mis propios personajes me enseñaban. Es irónico, porque ellos emanan de mí, y luego me devuelven sabiduría y fuerza, dos cosas fundamentales para vivir en la sociedad actual.

Lo mejor de todo es la tranquilidad de saber que, haga lo que haga mal, mi tutora me lo dirá. Esta seguridad se convirtió en un lienzo en blanco donde la creatividad fluía libre y rápida. Las ideas entraban y salían de mi cabeza, y me ocurrió ese fenómeno maravilloso que solo pasa cuando escribes: la filosofía no para de debatir. ¿Pensamos hablando o pensamos escribiendo? Ya Derrida´ debatía sobre este concepto. Yo he llegado a la conclusión de que pienso cuando escribo, porque cuando hablo, solo digo tonterías.

Este guion es ahora una semilla con posibilidades de convertirse en un árbol fuerte, y no solo otro proyecto más en mi alocada agenda llena de proyectos complejos. Así es mi vida, no por culpa de ser guionista, sino por ser también productor y director. Y aunque esto último implica lidiar con personas reales, prefiero navegar en las oscuridades de mis personajes ficticios, como ocurre en «La Cathedral». Este «Islabentura» me ha dado la fuerza, el tiempo y la energía para centrarme en mi proyecto con ilusión.

Ahora creo en mi proyecto más que nunca. Tras revisar la V1 con Marta, me ha dado una buena sacudida, pues hay mil cosas que cambiar, pero sé cuáles son porque ella lo sabe. Así que, la solución está en mí y aún tengo tiempo para mejorar y reescribir. Islabentura mola, pase lo que pase, te da la seguridad de que si te equivocas, alguien te dará un empujón para seguir por buen camino.