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Escribir sobre escritura cuando estás agotado de escribir es dinamita. Septiembre se ha hecho cuesta arriba porque a la entrega del guion para IsLABentura se han sumado convocatorias locales a ayudas de desarrollo y demás trabajos. Cuando era estudiante, recuerdo que me hablaron de La Poética de Aristóteles en varias ocasiones y muy pocas sobre los diferentes estilos de escritura que un guionista debía manejar a la hora de presentar un proyecto. Espero que eso haya cambiado porque una sinopsis breve no se escribe igual que un tratamiento, un desarrollo argumental es diferente a una escaleta, la carta de motivación lleva un tono distinto al guión en sí. Es complicado. Al final, ser guionista consiste, sobre todo, en no ceder a la esquizofrenia.

Después de periodos de escritura muy intensos me declaro analfabeta durante una semana y no leo ni los nombres de las calles. Me grabo audios a mi misma porque no quiero coger el lápiz ni teclear en el ordenador. De hecho, todo este texto es una transcripción. Mentira. No lo es. La mitad lo escribí en el móvil a golpe de dígito como un mono listo. Pero bueno, en cualquier caso, aquí estoy, intentando cerrar alegremente mi paréntesis de Gutenberg particular, voluntariosamente postrándome a puerta gayola frente al umbral de la oralidad para que me despoje del racionalismo a patadas. Pero no hay manera. Siempre me esquiva.

Una vez, una guionista me habló de la “economía de la escritura”. Aunque perfectamente podría tratarse de un término establecido en ciertas élites culturales a muchas galaxias de distancia, tengo la sospecha que esta señora se lo inventó sobre la marcha para poder expresar un método de trabajo. Me advirtió sobre la administración de energía a la hora de trabajar un texto, de la importancia de preservar los recursos creativos e intelectuales. Suena más fácil y obvio de lo que realmente es porque al igual que estamos habituados a esquilmar mares y bosques, en ocasiones explotamos nuestra propia escritura hasta que solo queda un hilaracho triste de ingenio en el cauce del pensamiento para luego preguntarnos, asombrados, de dónde vendrá ese raquitismo lírico. Mal. Es importante dosificarse. Dormir ocho horas. Hacer cinco comidas al día. No dejar el gimnasio. Hablar con otros seres racionales sin que medie la tecnología. Regar las plantas. Declararse analfabeta y escuchar una estación pirata en la radio del coche aparcado en un polígono industrial que da al mar mientras te convences de lo patético que sería empezar a fumar a estas alturas de la vida. Hay que cuidarse como en un anuncio de yogures probióticos. Entonces, tal vez, uno podría empezar a escribir con propiedad. No me hagan caso. Olviden todo lo que he dicho, la economía de la escritura también; Hunter S. Thompson se cuidaba como la mopa de una estación de servicio en mitad de la ruta del bakalao y escribía que da gusto. En fin. Quién sabe. Lo bueno es que ya todo está entregado con mil amores y que ahora, paradójicamente, es posible que por fin me pille el toro.