
Quizás suena exagerado, pero si en inglés se llama deadline a la fecha límite de entrega de un proyecto, no es baladí.
A menudo tengo la sensación de vivir en un bucle infinito, en un déja-vú constante. Como el conejo de Alicia, que siempre está llegando tarde a algún sitio, a veces siento que aun estoy en el instituto o en la universidad; que es una labor que jamás termina, y que siempre me queda pendiente un contenido que interiorizar, algo que aprender, un trabajo a entregar, un proyecto que terminar. Del mismo modo que en la época de estudiante siempre pensaba que podía hacer mucho más para conseguir mejores calificaciones, ahora creo que siempre le puedo echar más horas para ser una escritora más prolífica, eficiente y talentosa. No existe un domingo en el que decida descansar, simplemente sentarme a leer, y que no albergue en el fondo un profundo sentimiento de culpa por no seguir tirando de mis carros narrativos y de todos los frentes abiertos durante unas horas más.
Cuando se acerca la fecha límite de entrega de algún proyecto me enfado con la Nuria del pasado; con esa persona que fui hace dos, tres, seis semanas; y que fue incapaz de trabajar más rápido y con más ahínco para que la versión de mi misma del presente no sufra tanto y tenga menos ansiedad y estrés. Pero después me acuerdo de cómo eran las circunstancia vitales de esa otra versión de mi persona, de cómo tuvo que compaginar varios trabajos, proyectos y entregas; de cómo ha tenido que operar cual malabarista con las tareas pendientes y recuerdo que si hubiera podido ser mas rápida, lo hubiera sido, y entonces la perdono, me perdono, y sigo echando una hora sobre otra para ser capaz de llegar al deadline y de entregar un material que cumpla con las expectativa de la organización, del tutor, y lo mas difícil de todo, de mí misma.