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El tiempo y la cantidad de páginas escritas me han llevado a ver dos aspectos del proceso creativo que creía inamovibles de forma muy distinta. Cuando escribir deja de ser una afición para convertirse en una profesión, hay placeres que pierdes por el camino.
El primero es, o era, escribir en público.
Me gustaba intentarlo en alguna cafetería, emular el romanticismo de tomar notas en una libreta bonita junto a una humeante taza de café. Estando sola soy capaz de entretenerme con el vuelo de una mosca; rodearme de estímulos externos seguro que me ayuda a concentrarme súper bien. Claro que sí, guapi. Entre vestirte, salir, caminar, elegir cafetería, pedir café, escoger tarta, espiar de forma muy poco sutil al resto de comensales y enviar un par de whatsapps ya he echado media tarde y escrito cero unidades de páginas.
Es verano, es sábado, tengo que escribir, pero ¿por qué encerrarse?, ¿cómo quedarse en casa con la luz de ahí afuera? Cogí mi ordenador y me dispuse a buscar el lugar adecuado donde ponerme a teclear sin perderme el pulso de la ciudad. En las terrazas había demasiado sol y reflejos como para ver correctamente; en algunas cafeterías había demasiado tránsito, en otras demasiado poco, donde no molestaba el bullicio lo hacía el silencio. Una hora más tarde, estaba de vuelta en casa dispuesta a escribir. Porque necesitaba escribir; escribir de verdad; trabajar, nada de huevear viendo la gente pasar. Ese día tuve la sensación de que había vuelto a casa una escritora más madura de la que había salido, habría perdido una hora caminando pero me había ahorrado mucha procrastinación futura.
El segundo placer perdido es escribir porque quieres y no porque crees que debes.
Reconozco con sonrojo que en algún momento fui de esas jóvenes pesadas que creía (y para colmo seguro que llegué a verbalizarlo) que escribir era una necesidad. No, cariño. Nadie necesita escribir. Se necesita comer, beber, respirar, descansar. Es más, cuando tienes el firme propósito de escribir, bien por voluntad propia, bien porque te has comprometido con alguien a cambio de la promesa de unos euros, son muchísimas las cosas que te lo impiden o te lo ponen muy difícil: la playa, las amigas, la pereza, leer, ir al cine, tumbarte a no hacer nada… entre la voluntad de escribir y escribir siempre se interpone la vida.
¿Profesionalizar la escritura es matar la vocación? Quizás no la mata, pero la viola, la ultrataja y la deshonra para después obligarla a casarse con su agresor.
Mi admirada Phoebe Waller Bridge dice que el dolor de escribir es mejor al dolor de no escribir.
Yo a veces pienso que en el fondo no me gusta escribir, lo que me gusta es haber escrito.