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Creo que las expectativas siempre son el enemigo de la diversión. Los prejuicios e idea preconcebidas siempre operan en detrimento de la impresión que los nuevos lugares, personas y acontecimientos pueden ofrecernos. Si algo había aprendido de mis anteriores viajes a las Islas Canarias, es que nunca puedes dar nada por sentado, y que por muchas fotografías que observes o por más paseos virtuales que realices a través del street view, la realidad siempre va a sobrepasar los moldes en los que nos esforzamos en guardarla.

Una isla casi llana, mecida por el viento, con decenas de kilómetros de playas paradisiacas. Es lo único que creía saber de Fuerteventura y los majoreros y lo primero que empecé a vislumbrar cuando el avión sobrevolaba la isla. Desde el cielo se aprecia la paleta de colores, del blanco al negro pasando por el rojo y por todos los tonos de tostado, que el terreno salido de los volcanes puede ofrecernos.

Para poder recorrer la mayor parte de la isla en dos días debía optimizar el itinerario. El primer día me dirigí al sur, a conocer el espacio donde desde hace más de veinte años se dan cita los mejores deportistas acuáticos sobre tabla del mundo, el segundo día mis rumbos fueron hacia el Norte, a visitar Corralejo y a tener la primera entrevista con mi tutor Curro Royo, en un
entorno privilegiado.

En el sur, en Jandía, está la playa de Sotavento (lugar que bautiza mi historia). Allí me hizo un hueco y me atendió más que amablemente Annika. Annika es la actual directora de la empresa René Egli y durante veinte años fue la mano derecha del fundador del campeonato en la isla.

René Egli, de origen suizo, es el padrino del kitesurf en Fuerteventura. A finales de los años 70 llegó con una furgoneta y unas cuantas tablas y velas dispuesto a alquilarlas y a enseñar a todo el que tuviera interés los secretos del deporte. Fue en 1986 cuando René convenció a la PBA (Professional Boardrider Association) de ir a Sotavento para realizar la primera prueba de competición oficial. En este primer evento se batió el record del mundo de velocidad sobre una tabla de kite surf (las particularidades meteorológicas del viento en Fuerteventura lo permitieron) y Fuerteventura apareció de sopetón en el mapa mundial para windsurferos.

Pero lo que ocurre durante el campeonato mundial en la isla excede con mucho al mero deporte. Cada uno de los participantes en las distintas pruebas, que se cuentan por centenas, viajan con sus familiares, sus managers y con sus sponsors. Además, son muchos los canarios y los aficionados al deporte que como espectadores quieren asistir al espectáculo de ver volar las velas y cometas sobre el mar a merced del aire.

Y aunque Fuerteventura esté lejos de la península, seguimos en España, y ya sabemos lo que ocurre en España cada vez que se juntan más de diez personas en el mismo sitio: se monta una fiesta. Y lo de Fuerteventura en el mundial no es una fiesta cualquiera, es LA FIESTA. Una carpa con capacidad para tres mil personas que durante casi un mes se llena de locales y extranjeros cada noche y donde bailan, beben y socializan hasta el amanecer.

 

Para asegurar que toda esta gente disfruta segura y para estar prevenidos en caso de cualquier eventualidad está Fran Torres, el coordinador de emergencias del cabildo majorero con quien tuve la suerte de charlar gracias a la labor de enlace de la Fuerteventura Film Commission. Fran es un enamorado de la isla procedente de Las Palmas que lleva más de 20 años en Fuerteventura desempeñando tareas que tienen que ver con su pasión: la atención de las emergencias, la coordinación de la seguridad y los servicios de asistencia a sus vecinos. Fue él el que me contó como nació y creció todo lo que rodea al torneo y el impacto que ha tenido y sigue teniendo. Primero llegaron los deportistas, y tras largos días de competición, los participantes bajaban a la playa al anochecer, latas de cerveza en mano, para charlar con sus compañeros y tomar algo antes de volver a descansar a su habitación. Y cada vez eran más… y así, de la forma más natural, del que cada uno llevara sus latas de cerveza frías pasaron a montarse barras de bebidas; las barras de bebidas dieron paso a los stands de los patrocinadores y el montaje fue creciendo hasta convertirse en el gran evento que es a día hoy.

En este in crescendo encuentro una correlación directa con el modo de construir el conflicto principal que narro en mi historia. En este policiaco, el villano no es un gran villano, es alguien al que un problema se le va de las manos. Tener como telón de fondo algo pequeño y sumamente local que se convierte poco a poco en un acto de repercusión global, no puede ser mas idóneo para mi ficción.

Si bien tenía claro cual quería que fuera el tono de la serie y la conclusión extraíble sobre las vidas de sus personajes, no supe algunos aspectos originales de la historia hasta que estuve allí. Para mí, Sotavento es una serie en la que con la excusa de una investigación policial, pretendo reflexionar sobre la vocación profesional, sobre la aleatoriedad del mal, sobre desarrollo sostenible y sobre como lo anecdótico se puede convertir en trascendental; pero hay un aspecto clave que no tuve claro hasta que estuve allí. Mientras conducía por las vastísimas extensiones de terreno que iban cambiando de color, cuando atravesaba dunas de arena, y mirara donde mirara el horizonte me devolvía extensiones llanas donde perder la vista, caí en la cuenta de lo que debía ser clave fundamental en Sotavento.

 

Poneos en mi sitio. Música en los altavoces, ventanilla abierta, cabellos al viento, y los ojos perdidos en una aridez desértica sin fin. Caí entonces en la cuenta de que en Fuerteventura todo está a la vista. La verdad del crimen debe ser algo que todos conozcan aunque guarden silencio, debe ser una revelación que esté a la altura de los ojos porque como todo en la isla, la verdad y el crimen quedan a la intemperie por no encontrar lugar donde esconderse.