Los crímenes siempre dejan huellas y éstas no se deben borrar hasta que aquel no esté resuelto. No sé si queriendo o sin querer, Lanzarote ha conservado el lugar donde se cometió el crimen de María Cruz. Las paredes del caserón, hoy en ruinas, aún conservan las manchas de la sangre de María. Cuatro enormes Palmeras custodian el lugar, el silencio que se respira en Teseguite es el mismo que reinaba la mañana que María amaneció muerta y el paisaje, árido, llano y gris, el mismo que sus ojos vieron por última vez.
Las huellas perviven en los que tuvieron que soportar el vacío que dejaron las víctimas pero también en la sociedad testigo de esos crímenes. Se quedan en forma de miedo, de rabia, de impotencia. En el caso del crimen de Petra, las huellas aún quedan en el terreno, en sus familiares y en todos los habitantes de Lanzarote, aunque nunca hayan oído hablar del crimen de las hermanas Cruz. La sensación de fatalidad, y la sumisión de la impotencia, son las huellas de los crímenes de las hermanas Cruz.