En una serie como la mía que, aun siendo totalmente ficción, se desarrolla en un contexto histórico y un lugar tan definidos, tengo siempre presente el miedo, sobre todo en los primeros pasos, a encontrarme con algún elemento histórico que me suponga un gran problema o inconveniente para desarrollarla. A veces llegas a una solución que no entra ni con calzador y en otras ocasiones ese mismo contexto o momento histórico te ofrece una solución natural y que encaja, pero inevitablemente hay una parte importante que no se puede controlar.
En el caso de Las Palmas y Moby Dick en 1954 me di cuenta en un primer momento que ese contexto jugaba muy a favor de la historia que quería contar, pero al ir a la ciudad me encontré con elementos en los cuales no había pensado y que estoy seguro que tendrán un peso importante. Me pasa que normalmente desde la documentación voy muy directo hacia lo que creo que conviene a mi historia, pero el hecho de ir al lugar, toparte con su gente y esa memoria colectiva sobre su propia historia, me permitió encontrarme con ideas y conceptos en los cuales nunca habría pensado de otro modo, y menos desde la distancia de un ordenador.
La primera semana en Islabentura fue genial por muchos aspectos. El primero el contacto directo con tanta gente creativa, guionistas con tanto recorrido, historias tan sorprendentes… El segundo, la organización, tan cercana y apasionada, con la firme convicción, o al menos eso transmiten, de que tu historia vale la pena. Esa sensación de respaldo creo que es un elemento diferencial en este laboratorio. Y el tercero, por supuesto, llevarte al lugar en el que se desarrolla tu historia, sacarte del teclado para ver y sentir el lugar en el que vas a desarrollar la misma.
En las Palmas tenía distintos objetivos. Por un lado, quería conocer la ciudad, obvio, pero más allá de visitar lugares concretos en los que se desarrollaba mi historia, quería entender la estructura de la ciudad, dónde y a qué distancia estaba según qué barrio o hotel, quién vivía en qué lugar. El problema principal para hacer esto fue que mi historia se desarrolla en 1936 y 1954, y Las Palmas, precisamente a partir de la segunda parte de los años 50 empieza a crecer muchísimo. Pero no sólo eso, cambia geográficamente, gana terreno al mar. Así en el lugar en donde se encontraba el “viejo muelle”, hay hoy una avenida enorme a una considerable distancia del mar, así como la playa de Triana, desaparecida. Los varaderos en donde se construyó la ballena, igual. Hoy carretera donde había mar… Sin embargo, los barrios, la Isleta, Triana, Ciudad Jardín… Todos perduran y dan forma a una ciudad cosmopolita, pero con sus divisiones internas, como toda gran ciudad, conformando una ciudad muy interesante para situar a personajes de distintos estratos sociales.
El otro objetivo era documentarme sobre el propio rodaje de Moby Dick y para eso tenía claro que debía consultar el proyecto Salvar la Memoria, dirigido por Luis Roca, y depositado en el Gran Canaria Espacio Digital. El proyecto consta, entre otras cosas, de video-testimonios de testigos directos o indirectos del rodaje. Son vivencias personales, recuerdos, historias ya familiares, sobre lo que significó el rodaje para los ciudadanos de Las Palmas. Horas de un curioso material que ayuda a dibujar cómo pudo ser esa breve convivencia del equipo con los lugareños.
Y el otro objetivo era tratar de entrevistarme con Pedro Vázquez, uno de los carpinteros de ribera que se encargó de construir la ballena que se emplearía en el film. No fue fácil por distintos motivos, pero el último día pudimos cuadrarlo, y fue algo muy enriquecedor, no sólo por los datos y anécdotas que me pudo contar sobre la construcción de la ballena, si no sobre lo que era su oficio, ya extinto en la isla (y que comparte con uno de los personajes de mi historia) y lo que era la vida en la isleta en aquellos años.
Me fui de la isla con varias nuevas ideas sembradas y otras tantas preguntas… ¿Lograré hacerlas encajar? Lo sabré en los próximos meses. En cualquier caso, me fui con la certeza de que el laboratorio ya había marcado el desarrollo de mi historia. No sólo facilitando el mismo si no ofreciendo cosas de las que no podría haber disfrutado de otro modo, como esta fase de documentación de campo en una etapa tan temprana, o por supuesto, la inestimable y determinante ayuda de Jordi Calafí, mi tutor.