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El pino canario es una especie única, capaz de resistir al fuego y renacer de sus cenizas. Es una ventaja evolutiva, aprendida durante millones de años creciendo a la sombra de volcanes. Tras la erupción del Tajogaite, los primeros brotes verdes en la zona fueron de este pino. Con razón es el símbolo de La Palma. Como los habitantes de la isla, es un luchador, un superviviente. La representación de la resiliencia.

La semana de formación en Tenerife coincidió con un gran incendio en La Palma, que afectó a los municipios de Puntagorda y Tijarafe, llegando incluso a entrar en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. De nuevo, la fatalidad se ensañaba con un pueblo herido, que aún no se ha recuperado de las heridas que dejó el volcán.

Cada noche, en el hotel, comprobaba las noticias con una mezcla de impotencia y tristeza. Un sentimiento que entendemos bien los gallegos: la catástrofe del Mar Egeo, la marea negra del Prestige, los incendios que arrasan nuestros bosques cada verano… Así, entre las cenizas, encontré una conexión Galicia-Canarias.

Pude profundizar en ella gracias a los creadores que conocí en Tenerife: Atteneri, Esther, Nacho, Carlos, Óscar, Celia… Sus consejos se unieron a los de mis compañeros de laboratorio; gente bonita, talentosa y generosa con la que es una suerte compartir esta aventura. Entre todos me ayudaron a superar el síndrome de impostora que me acompañaba desde la visita a La Palma (¿qué demonios hacen dos guionistas gallegos contando esta historia?).

Poco a poco, “Malpaís” va tomando forma. Tras la intensa semana de formación, empiezan a verse los primeros brotes de un proyecto con espíritu gallego y acento palmero. Una historia de superación, de adaptación ante la fatalidad. Ojalá sus raíces sean tan resistentes como las del pino canario.