
A veces, los procesos creativos de escritura de guion tienen más curvas que las carreteras de La Gomera. Escribir significa tomar decisiones y dejar que se enfríen. En ocasiones, revisitar películas y cineastas de referencia (para sentirte más pequeño pero también una especie de humilde mensajero de un poso/eco de ese cine que te marcó). Tiempo después, llega la hora de releer tu historia con algo más de distancia, dar algún volantazo, reafirmarte en lo que no debe faltar, descartar mucho y reescribir más.
Mi primera reescritura de ‘Perro Viejo’ se desencadenó tras poder vivir in situ en algunos de los rincones más increíbles de la pequeña ‘isla colombina’ junto a su gente. También me ayudó la convivencia con talentosas/os compañeras/os, con las increíbles organizadoras de IsLABentura y con sus grandes mentoras/es.
Ojalá que también algo del poso que quedó en mí de mis referentes (desde Doñas Lucrecia Martel y Lynne Ramsay a Carlos, Saura y Vermut, pasando por Yorgos Lanthimos) se haya filtrado en mi historia. Al menos un poquitín. Sir Haneke écheme una mano, se lo ruego.
Por cierto, cierta compañera de IsLABentura dice que se tomará un chupito cada vez que nombre a estos/as cineastas y a su cine de sombras, enigmático y retorcido. Pues se va a hartar de brindar cuando volvamos a reunirnos todo el grupo en Canarias. Un saludito a los hígados cinéfilos.
Dejando atrás la procrastinación, semanas después de mi segunda versión, llegó la necesidad de revisar mi historia en detalle.
Quería sentir, entre tanta peripecia de trama y escenarios maravillosos (que existen, que sí; que yo los vi), si conseguía transmitir las emociones y los temas subterráneos (a veces no estaban tan ocultos como quería) que viven en mis personajes a su pesar. Su evolución interna más allá de su evolución externa.
Esto creo que es fundamental porque mi película se ha ido volviendo más tangible y visual pero también más compleja y oscura. Las consecuencias de las decisiones de los personajes han escalado hasta lugares cercanos a la tragedia.
Ante posibles pasadas de frenada en la profundidad de la historia que quiero rodar, me propongo permanecer muy atento a la raíces del relato, a la semilla que planté y que necesito regar para ser capaz de contarla.
Vuelvo a esas imágenes grabadas en mi retina (comprobada su existencia en persona gracias a la semana de documentación de IsLABentura) y que retumban en mi cabeza: viejos pescadores mirando con desconfianza a niños turistas que planean alguna travesura peligrosa en la orilla del océano que rodea todo. Mar salpicado de barquitas pintadas pero desgastadas y de acantilados negros y verticales. Desde allí arriba cuelgan casitas de colores que miran con vértigo a las aguas turquesa llenas de mantas-raya. Tiburones planos más grandes que cualquiera de esos críos que chapotean muy cerca.
Si pierdo el foco de la narración, cuento con la ayuda de mi mentora: Ana Sanz-Magallón, una de las campeonas de la asesoría de guion de nuestro país. Ella percibe con exactitud cada pequeña variación de tono que aplico al guion.
Fue bonito compartir una reunión a tres con Ana y una de las compañeras seleccionadas en IsLABentura, Maite, cuyo largometraje también tiene una suicida en potencia en busca de sí misma y a Ana como mentora.
Me sirvió mucho escuchar otra mirada poética distinta a la mía para valorar, para que nos demos cuenta, de la cantidad de gamas tan personales que cada uno trae en su mochila de cuenta cuentos hasta llegar aquí.
Por otro lado, al escuchar a mi mentora, siento que tengo un frontón-espejo de máxima confianza y mucha más experiencia que yo para poder compartir todas mis dudas y nuevas ideas.
Ana es capaz de ponerse en mi piel, de mirar desde mi forma de narrar. Aunque su mirada sea distinta a la mía, la hace suya para ayudarme a que yo despeje el bosque y me centre en el árbol que me importa de mi historia.
Tanto se pone la camiseta del equipo de mi peli ‘Perro Viejo’ que a veces me río en el ordenador porque Ana empieza a hablar casi como yo y me doy cuenta de mi honestidad ruda y aragonesa. De las locuras que salen por mi boca y que me mueven por dentro para crear. Y, claro, sus respuestas y consejos no podían ser menos.
Esto me resulta fundamental para navegar las dificultades que supone mezclar la escritura de esta película con las obligaciones profesionales de la vida ya alejada de las islas estos meses.
Sobre todo, cuando esa vida es tozuda y se impone con visitas diarias al hospital para recuperar mi mano hábil, la zurda, con la que escribo y dibujo, en un largo proceso de rehabilitación que no me va a frenar para conseguir rodar mi película soñada.
Además, calendarios y ‘deadlines’ ayudan de verdad a no perder el ritmo y la energía que nos lleva a dedicarnos a esta profesión tan bonita como llena de altibajos. Las curvas que os decía.
En este ímpetu de reescritura vuelvo al corazón de mi guion. Sin despegarme en ningún momento de que tengo entre manos una película en la que prima una extraña amistad intergeneracional. La de un abuelo suicida, sin nietos y sin nada que perder ya, con un niño inmigrante que se refugia con su madre de un padre maltratador y que ha perdido a su único amigo, a su hermanito gemelo.
A pesar de sus grandes diferencias, los dos comparten carencias vitales, soledad y pérdidas, y se encuentran en el peor momento de sus vidas. Una que termina y otra que empieza.
Aprenden el uno del otro de las maneras más inesperadas en un entorno mágico pero amenazante. Se ayudan a través del idioma de la isla. Donde sus nuevos habitantes hablan, ya desde la infancia, el silbo. El idioma de los pájaros.
Desde ese lugar, me surgieron dudas sobre si compartir el punto de vista narrativo entre Thomas (el viejo suicida que, ya en esta versión, es un marinero “guiri”) y Samir (el niño inmigrante; el gemelo superviviente de un accidente provocado por el perro de Thomas).
Me di cuenta de que el protagonista sigue siendo Thomas pero que los descubrimientos del niño van a ser determinantes en el desenlace de la película. Un cambio de tornas sin cambio de punto de vista. Una historia que se comporta como una fábula oscura en el entorno más bello posible. Con matices de género fantástico en el tono y una cruel realidad social en la trama.
En unas semanas volveremos a compartir nuestras historias juntos en Canarias. Esta vez en Tenerife. Justo me pilla en la pelea por dotar de color, de matices y de más personalidad a los escasos pero importantes secundarios del largometraje. Una madre maltratada que va a ganar en carácter y su maltratador, un machista que no puede ser solamente “la violencia” sin rostro.
También estoy intentando ajustar un reloj suizo: el engranaje de acontecimientos, estrategias, desencadenantes y consecuencias que pueblan el lado oculto de mi guion.
Como me dice Ana, debo acercar la distancia entre los puntos-hitos narrativos A y B, o entre C y D. Intercalando paradas, llamémosles A1, A2, A3, etc. Sendas que me conduzcan de una manera fluida hasta mis metas-puntos de llegada.
Y así continúo mi proceso creativo, bajo la siempre empática, perspicaz, sabia y atinada catarata de consejos de la maestra Ana Sanz-Magallón. También bajo el acecho de un calor que se vuelve enemigo pero que le pega al entorno y a la actual versión de la película ‘Perro Viejo’. Me falta el mar. Ya falta menos.
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PD: Otro día os hablo de mi familia canaria de Lanzarote. En octubre, IsLABentura nos llevará hasta allí. Espero contarles esta experiencia en persona y darles un abrazo. A ustedes también.