
Capítulo 1: Cómo conocí a la maestra roja
Érase una vez un verano. Para ser exactos, el verano pasado, no hace tanto tiempo. Fue justo entonces cuando visité la isla de La Gomera por segunda vez en mi vida. Y gracias a aquella visita vacacional algo extraordinario me iba a suceder, aunque ni siquiera yo era consciente en aquel momento.
Aparte de enamorarme de sus paisajes, de su increíble naturaleza y de su gente acogedora, me enganché a las historias que envuelven la isla: leyendas mágicas sobre brujas, amores imposibles, luces flotantes… En ese momento supe que tenía que escribir una historia ambientada allí, pero yo aún no sabía cuál.
Y meses después, como si fuera cosa del destino, llegó a mis manos una antología de biografías de mujeres canarias. En aquella lectura me capturó la figura de Blanca Ascanio, una mujer gomera que, desgraciadamente hasta entonces, no conocía. Su historia me atrajo poderosamente: una maestra que fue mucho más allá, comprometida con el movimiento obrero y con la alfabetización de las mujeres y personas de escasos recursos, una enamorada de su isla decidida a luchar por el derecho universal a la educación. Y para todo ello tuvo que enfrentarse a numerosos retos y dificultades.
Enseguida sentí que conectaba con Blanca y con su historia. Yo vengo de una familia de maestros y maestras de vocación, de esos que realmente disfrutan dando clase y cuya labor no se ciñe a la frialdad de un plan de estudios. De esos que enseñan a ser y a vivir con la necesidad permanente de aprender. He crecido mientras he sido testigo de cómo mis padres y mi tía se dejaban la piel en su docencia, muchas veces sacrificando su vida personal. Así que puedo decir que he conocido de primera mano lo que es la pasión por la educación.
Después de aquel hallazgo fortuito que me permitió acercarme a Blanca, mi mente empezó a dar vida a esa mujer de valores inquebrantables que cruzaba bosques para llevar libros hasta los lugares más recónditos de la isla. Y entonces volé de nuevo a mis vacaciones del verano pasado y recordé el halo de magia que envuelve a La Gomera. ¿Tenía sentido emplear la magia de aquellas leyendas que me habían atrapado para contar esta historia? Eso me pareció. Seguí mi intuición y empecé a escribir.
Habiendo conocido el proyecto de Islabentura, que apostaba de lleno por impulsar historias que nacieran desde las islas, este laboratorio me pareció la puerta indicada que debía cruzar de la mano de Blanca. Y pronto llegó aquel lunes dos de mayo, fecha en la que se anunciaría a los seleccionados y que por supuesto estaba apuntada en mayúsculas en mi calendario. No tenía demasiadas esperanzas aquella mañana porque, según mi teoría, seguramente ya habían avisado a los participantes afortunados la semana anterior y aquel día simplemente se publicaría la selección definitiva. Aún así estaba muy nerviosa y actualicé la página web varias veces. Con el objetivo de distraerme, intenté concentrarme en una película, cuando de repente recibí un mensaje de mi amiga Celia, también guionista: “¡Felicidades, Sara!” A mí me dio un vuelco el corazón: ¿Felicidades por qué? En fin, ¡que allí, en la página web, aparecía mi fotografía! Me puse loca de felicidad. La verdad es que salté, grité y lloré como una de esas auténticas fans que acaban de conseguir unas entradas imposibles para el concierto de su artista favorito.
Y, sin poder creérmelo del todo, comencé a organizar el viaje para la primera semana de Islabentura. En este viaje espero seguir conociendo mejor a Blanca, la protagonista y heroína de mi serie, y seguir sus aventuras mientras tiende puentes hacia otras dimensiones y conocimientos. Eso es exactamente lo que yo sueño con llegar a hacer algún día con mis historias.
¿Qué me deparará este viaje? ¿Qué descubriré más allá de los bosques de La Gomera?