
Estamos a comienzos de mayo. Me despierto con molestias en la garganta y una fecha marcada en el calendario. Sé que ya debe de haber salido la resolución de la convocatoria de IsLABentura 2022.
Supongo que, si no he recibido un correo ya, es porque no habrán seleccionado mi proyecto. Bueno, nada fuera de lo común en este mundillo, por desgracia. Enhorabuena a los afortunados y a pensar en el siguiente certamen, concurso o proyecto que sacar adelante, mientras trato de ganarme la vida en el complicado mundo de la escritura.
Abro Instagram y, efectivamente, ahí está la publicación que anuncia a los/las guionistas que tendrán la suerte de vivir esta experiencia. Antes de pinchar en el enlace para curiosear en busca de alguna cara conocida entre los catorce finalistas, me salta una notificación de WhatsApp en la pantalla: una captura de la foto que me hice para presentar al certamen —de manera un poco improvisada, he de reconocer—, seguida de dos frases: «¡¡¡Pero, pero!!!» y «¿Estás flipandix o qué?». El mensaje es de una de mis personas favoritas dentro de este gremio y la verdad es que tiene más razón que un santo.
Inmediatamente entro en el enlace y confirmo mis sospechas: mi proyecto de largometraje «Lo que la naturaleza da» está entre esos catorce finalistas y a mi se me acaba de saltar un latido el corazón.
Después de años dando tumbos y volantazos por la vida, tras haber terminado la carrera de biología sanitaria en Barcelona, haber fracasado —con un poco de ayuda— como empresario de alimentación italiana en Tenerife y recuperado mi pasión por escribir en medio de dos crisis bastante guapas, aquí me tienes, como un niño chico, dando saltitos por la oscura habitación de mi piso compartido.
«Lo que la naturaleza da» habla sobre el poder de la herencia, en sentido figurado y literal; de lo mucho que tiran las raíces, aunque no las hayas conocido nunca, y del arraigo. Pero, sobre todo, habla de segundas oportunidades, si te encuentras en el camino con las personas adecuadas.
Y, si de algo saben los habitantes de La Palma —isla en la que transcurre este drama con tintes de suspense— es de segundas oportunidades y de resiliencia. A la vista está por su historia reciente, que también encuadra a la mía.
En mi historia, Paula es una chica que también anda dando tumbos por la vida, aunque la suya es notablemente más dramática que la de un servidor. En fin, cosas del séptimo arte.
Un día, Paula descubre que su padre acaba de morir, dejándole dos herencias envenenadas: una casa a medio construir rodeada por las coladas de lava reciente de la isla bonita —que nunca disfrutará, a menos que convenza al mejor amigo de su padre de que se la merece—, y un cincuenta por ciento de probabilidades de tener una enfermedad congénita, degenerativa e incurable. Todo esto ya sería un buen volantazo sin añadirle que Paula llevaba desde los 5 años pensando que su padre había muerto en una reyerta de bar. ¿Verdad?
Pues aquí comienza la aventura, tanto la de Paula, como la mía propia en este hermoso e inexplorado terreno que se abre ante mis ojos y que recorreré durante seis intensos meses. Seis meses en los que, de la mano de Lola Mayo y de toda la organización de IsLABentura Canarias, espero exprimir al máximo esta historia para destilar todo lo bueno que sé que hay dentro de ella.
¿Te apetece acompañarme?