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Era un lunes, estaba en la oficina con mis compañeros guionistas de la serie en la que escribo ahora. Tenía el móvil encima de la mesa porque esa mañana me había despertado con una notificación: “Seleccionados Islabentura, hoy”. Recuerdo que justo estaba defendiendo alguna idea porque los lunes es el día que creamos trama. Y de pronto vi la pantalla iluminarse, un número desconocido aparecer en ella y ¡PAM!, sentí un acelere en el ritmo del corazón.

Tengo que atender esta llamada, lo siento”. Salí para afuera. Al sol. “¿Sí?” “¿Eres Maite?” La voz de Maria José Manso, dulce y alegre, me sentó tan bien, su noticia también… Era la directora de Islabentura Canarias y me llamaba para informarme de que mi proyectoUna suicida en Mafasca había sido seleccionado. SÍ. Y sé que me dijo un montón de cosas más, pero yo en aquel momento apenas pude registrarlas porque solo latía fuerte dentro de mí el SÍ, SÍ, SÍ. Colgamos, me tomé un momento. ¡ME HABÍAN DICHO SÍ! Llevaba una época de acumular unos cuantos noes y este sí me regaba por dentro, me conectaba con la confianza. Semanas antes había estado a punto de no mandar el proyecto y al leer la consigna que me había escrito al empezar a pergeñarlo, “Sin expectativas, Maite, como un juego”, al final lo había hecho. Y ahora me alegraba tanto de estar a las puertas de este proceso.

Y sí, como un juego. Un poco así fue también la siguiente etapa. La semana de documentación en las islas. “Tú vete allí a pasear Maite, a impregnarte de la isla, a dejar que te inspire”, me dijo mi tutora Ana Sanz Magallón. Con esa actitud fui. Con la ilusión de cuando me iba de campamentos de niña, eufórica, curiosa, con la sonrisa en la cara. Llegamos a Gran Canaria, a ese hotel con ese recepcionista que nos recibió diciéndonos bienvenidos al cielo. Nos encontramos con Maria José, Lorena y todo su equipo, y con los compis, los tutores… y había tan buen rollo que era imposible no contagiarse de esa energía. Al día siguiente comenzó la aventura, conociendo un poquito Gran Canaria, conociéndonos todos un poquito más. Y a partir del miércoles cada uno a su isla.

La mía, Fuerteventura. Mi acompañante, Fabián, el localizador que Noelia, la encargada del cabildo, me había buscado. Al poco de conocernos Fabián me dijo una frase que me pareció de lo más inspiradora para mi historia. “La isla te vacía, pero claro, tienes que caerte bien”.

El miércoles nos recorrimos el sur: las playas de arena blanca de Costa Calma, la inmensidad salvaje de las playas de Cofete, la soledad del fin del mundo del pueblo más al sur de la isla, El Puertito, y subiendo de nuevo, el barranco de las Peñitas con su paisaje de oasis africano, o la Playa del Jurado donde la leyenda cuenta que por las noches las gaviotas lloran como si fueran bebés. Y de pronto me di cuenta de que no estábamos solos Fabián y yo, venían con nosotros los personajes de mi historia. En cada lugar me aparecía uno, alguna imagen, alguna sensación… Pistas del camino que me queda por recorrer con ellos.

El jueves mi compi Laura vino con nosotros. Del pueblo surfero y turístico Corralejo, al cráter del volcán Morro Francisco, recorriendo después el camino del norte -con parada en la impresionante playa de la Burra y su arena como un mar de palomitas de maíz-, hasta llegar al pueblo que yo siento que me conectó de corazón con mi historia: Majanicho. Un pueblo pesquero en el que no residen más de 7 personas. Con el mar delante, el viento rodeándote y los volcanes atrás. Un pueblo en el que cada objeto tiene mil vidas. Las barandillas creadas con palos de escoba reciclados, una barca vuelta del revés de mesa de jardín, la llanta de una rueda colgada en la pared sosteniendo una manguera… Paseando por la arena suave de su pequeña playa, dejándome acariciar por el sol, por la brisa… sentí que todo estaba bien, que no hacía falta nada. Que podía ir más despacio y con menos equipaje, que podía caminar más ligera. Y pensé que algo así debía sentir la protagonista de mi historia al final de su viaje.

Comimos en Cotillo y por la tarde encontramos en medio de las montañas el Laberinto de Wolf Patton, que al recorrerlo te lleva al centro del alma. No sé si nos llevó o no, lo que sé es que al volver hacia el hotel los tres estábamos risueños, felices y tranquilos. Esa noche, Fabián nos quiso llevar al valle de Tefía a ver las estrellas y fue un cierre precioso, la verdad.

¡Y el viaje aún no había acabado! Al día siguiente Gran Canaria: Juntarnos, contarnos, conocer a los ponentes y asistir durante el finde a sus interesantísimas ponencias. Y bailar el sábado por la noche, y reírnos, y acostarme pensando: “Pero si solo conozco a esta gente de una semana, ¡cómo puede ser que nos llevemos tan bien!” Y el domingo llegó la hora de las despedidas, de los hasta dentro de un par de meses más bien.

Al llegar a mi casa me sentí agotada y llena. De la isla, de las personas que había conocido, de este precioso viaje que acababa de empezar. Y no pude hacer otra cosa más que dar las gracias a la vida por este hermoso, hermosísimo SÍ.