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Tras divorciarse en 1926 de Archibald Christie, su primer esposo, la novelista, atraída por el clima y la cercanía del mar -había nacido en Torquay, un pueblo de la costa sur de Inglaterra- se instaló en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que la enamoraría. Su intención era recuperar la estabilidad emocional y dedicarse de lleno a la escritura.

En Canarias se instaló en el hotel Metropol, uno de los establecimientos más selectos de la época, regentado por británicos, y solía frecuentar el British Club y el Tennis Courts, donde se daba cita la colonia inglesa, lo que, según todos los indicios, le hacía sentir como en casa.

Sus paseos por calles y callejuelas le permitieron descubrir cada rincón de Las Palmas. Los barrios de San Cristóbal, morada de pescadores, de la Vegueta, con sus casas coloniales, la plaza de Santa Ana, la avenida Marítima o la Alameda de Colón le servirían como inspiración de novelas como Una señorita de compañía . Y aquí fue donde, según se dice, superó su crisis personal, con la ayuda de médicos británicos que durante su estancia se desplazaron hasta la isla para atenderla.