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Recuerdo que, cuando tenía diez años, en el colegio nos llevaron a una excursión muy especial. Se cumplía el quinto centenario desde que Cristóbal Colón se flipase mogollón pensando que había llegado a las Indias por el otro lado, y le tocase en la puerta a una gente estupefacta para decirles que les había descubierto.

Al ser Canarias el último puerto que tocó el bueno de Cristóbal antes de embarcarse en tan magnánima aventura, en el cole nos hicieron escribir una carta para luego lanzarlas todas al mar dentro de botellas de cristal. Eran otros tiempos en los que la salud de los océanos se tenía menos en cuenta que las regatas de un posible genovés, la verdad. El caso es que algunas de ellas llegaron al otro lado del océano y recibimos respuesta incluso desde Florida. Seguramente esas respuestas no hubiesen aguantado un test grafológico, al lado de la letra de nuestra querida profesora, pero yo prefiero seguir creyendo en la magia. Y en las corrientes marinas.

Dicen que un guion nunca se termina, solo se abandona. Aunque a «Entre el fuego y las estrellas» aún le queda un largo camino de reescritura, Islabentura Canarias manda y por fin hemos «abandonado» nuestros mensajes metiditos en botellas. Unas botellas construidas a base de trabajo duro y muchos sacrificios, gracias a tutores y compañeros de batalla. Estoy convencido de que estas catorce botellitas llegarán a buen puerto gracias al talento de quienes han escrito tan fantásticos mensajes, y con un poco de ayuda de la corriente Islabentura, que nos han guiado en este viaje inolvidable.

El viaje de mi carta, hasta el momento, ha estado plagado de cambios y giros inesperados, incluyendo el cambio de título en el último minuto. Desde la aparición de un volcán, hasta la desaparición de una enfermedad, y creo que todos esos cambios han enriquecido una historia que, poco a poco, toma forma y va adquiriendo vida propia. Sin duda, el boceto del que partí, aquella idea etérea con la que quería hablar del desarraigo y de las segundas oportunidades, se ha convertido en una realidad plagada de matices de la que, pase lo que pase, estaré muy orgulloso. Un reflejo inesperado de los tumbos y derivas que me han hecho llegar a donde estoy, dándome una segunda oportunidad que demuestra lo que puedes conseguir si crees en ti mismo.

En lo personal, estos último meses han sido extraños, aunque, paradójicamente, esto empieza a convertirse en una constante. Al estrés de acabar un guion de largometraje en tan poco tiempo, se une la precariedad habitual en un sector en el que el futuro siempre es incierto, por muy bien que creas que te va. Pero ahora no tenemos tiempo de pensar en esas cosas, porque aún me queda preparar un pitch que me quita el sueño por las noches.

Solo espero que algún día, alguien repare en mi botella a la deriva, la recoja entre sus redes, y le dé una nueva vida en forma de película. Seguramente este delirio no aguantará un test de realismo, pero yo prefiero seguir creyendo en la magia. Y en las corrientes marinas.