Lidia
Escribir suele ser una experiencia solitaria. Algunas veces, frustrante. Otras, aterradora. Es como estar encerrado en una habitación a oscuras, buscando una salida que ni siquiera sabes si existe. Un compañero de escritura es una luz en medio de esa oscuridad.
Encontrar una persona que comparta tu forma de ver las historias es complicado, una especie de lotería. Porque el camino está lleno de obstáculos, peligros… Y desvíos inesperados. Por eso viene bien tener un compañero de viaje que se sienta cómodo aventurándose en lo desconocido.
“Tenemos que cambiar la serie”. Eso le dije por teléfono a Jacobo Díaz, cocreador de “Malpaís” y compañero habitual de escritura desde hace casi ocho años. Él estaba en Galicia. Yo llevaba un día en La Palma y acababa de recibir una bofetada de realidad al ver, in situ, los efectos del volcán.
Tras la fase de documentación, la premisa inicial de la serie me parecía superficial, sin alma. Sin verdad. Era necesario hacer cambios en la historia, tomar un desvío. ¿Hacia dónde? En ese momento, no lo tenía claro. Tardé un tiempo en asimilar todo lo que vi y aprendí en la isla.
Aún sigo en proceso de búsqueda. Pero, al menos, es un consuelo saber que no recorro sola ese camino.
Jacobo
Hay una frase que Lidia y yo nos repetimos siempre que arrancamos un proyecto: “No hay ningún plan que sobreviva al primer contacto con el enemigo”. La frase en cuestión es de un mariscal prusiano. Y no es que simpaticemos con la causa de este señor, ni que seamos militaristas, pero la frase mola y tampoco se puede negar que la escritura es en gran medida una lucha.
Hay muchas formas de llegar a una historia: una experiencia personal, una noticia, un chiste, una desgracia… Suele ser poca cosa, sobre todo al inicio. Ahí estás, delante de un inmenso vacío, con una frase escrita en un papel. Y eso impresiona. Así que empiezas a llenar páginas: concibes unos personajes, escribes una sinopsis, una biblia, un mapa de tramas. Preparas un plan porque necesitas aferrarte a algo sólido, decirte que sabes a dónde vas. Pero es solo una ilusión. Nos engañamos para creer que conocemos el camino, que tenemos los pies en la tierra cuando la mayor parte del tiempo nos movemos sobre arenas movedizas o reptamos pidiendo clemencia en la más absoluta oscuridad.
Pero no pasa nada. Los planes están para saltárselos. No importa en la fase en la que te encuentres, desarrollo, escaletado, incluso en la cuarta versión de guion puede surgir una línea de diálogo, un comentario fortuito, incluso una broma. Y ahí se esconde una idea. La idea que lo cambia todo: un rasgo esencial de un personaje o incluso el final de la serie. Y cuando se presenta ante ti sientes vértigo, porque supone cambiar el plan con el que llevas meses trabajando. Pero si realmente vives dentro de tu historia y conectas con tus personajes, en décimas de segundo te darás cuenta de que es lo que estabas buscando. Y todo cobrará un nuevo sentido. Y las piezas harán “clic”. Al menos, esta es nuestra experiencia personal.
Saltarse el plan no quiere decir que no seas profesional. Estar abierto a improvisar o a replanteártelo todo, hasta tus mayores convicciones, significa que asumes que las historias tienen vida propia y que tienen mucho que enseñarte sobre ti mismo.