No es ningún secreto que nosotras/os, guionistas, a la hora de escribir un texto que ansiamos ver en las pantallas, debemos tener siempre en cuenta una perspectiva de venta. Escribir con la finalidad de vender nuestra idea. Supongo que hay más de una persona que, al igual que yo, convive con esa vocecilla interna y criticona a la que tanto le gusta regodearse en nuestros fallos, que se engrandece con cada ‘no’ que recibimos, cada vez que, por lo que sea, no acertamos a dar en la diana de lo que productoras y cadenas necesitan. Es decir, de “lo que vende”. Entonces, todo el trabajo hecho, todo el esfuerzo invertido, queda en nada. Y, ale, a seguir adelante. A intentarlo de nuevo.
Pues hay veces que cuesta intentarlo de nuevo. Y en una de esas últimas veces, justo cuando se dieron a conocer las bases de esta convocatoria, tuve la suerte de contar con la sabiduría de mi
hermana mayor. Ella, la Barbie científica, me alentó a escribir sobre lo que a mí me apeteciera, sin pensar en ventas, productoras, ni lectores ni lectoras. Así que, como buena hermana mediana, tomé nota y surgió ‘La hereje’. Dejándome llevar por mi pasión por el cine de terror y por la exploración de mis propios demonios internos. Escribiendo, sin más, el tratamiento de la película que a mí me gustaría ver como espectadora.
Cuando el pasado 27 de marzo me llamó Maria José Manso (un amor de persona) para decirme que era una de las seleccionadas de esta edición de IsLABentura Canarias, no me lo podía creer. De hecho, aún me cuesta creérmelo. Habían seleccionado el único proyecto que, desde hacía mucho, había escrito sin ruido, sin presión, sin anteponer “la venta” y siguiendo mi intuición. Toma ya.
Tras varios días de asimilación, de los pertinentes nervios, pero sobre todo, de mucha ilusión (cosa que necesitaba), de pronto, llega el día. Que nos vamos a Canarias. Se vienen siete días sin parar. Siete días de aprendizaje. Siete días de aventura.
Conocer a mis compañeras y compañeros me llenó de paz el alma ¡Qué gente tan talentosa, divertida y amigable! Nuestro primer encuentro fue breve, pero intenso, y afortunadamente nos esperaba todo un fin de semana para reunirnos de nuevo y conocernos mejor. Pero antes llegó La Gomera, y con ella, toda una retahíla de emociones y nuevas experiencias. Tuve el privilegio de compartir la aventura con mi tutora Diana y mi compañero Alejandro. Fue todo un lujo descubrir La Gomera a su lado y, por supuesto, también junto a Juan Carlos, nuestro aventurero guía, toda una Wikipedia del lugar, que encima era la persona más encantadora que te puedas imaginar. Gracias a él, recorrimos la isla arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo (advertencia a los aventureros: llevad siempre Biodramina, y más si hay un paseito en barco de por medio), y visitamos lugares recónditos que fueron una enorme fuente de inspiración.
No me canso de repetir lo mucho que me fascinaron los frondosos bosques de laurisilva, envueltos en esa niebla misteriosa, tan deliciosa para contar un cuento de miedo como el que quiero contar yo. Me imaginaba allí a Catalina, mi protagonista, ahondando en los recovecos de su culpa cristiana mientras se desgarra por descubrir el por qué del enigmático mutismo de los niños y niñas de la isla. Como no podía ser de otra manera, conforme avanzábamos hacia las profundidades de esta tierra, las ideas para mi guion iban fluyendo sin cesar, algo que anhelaba con todo mi ser tras un periodo creativo bastante tormentoso. Sucedió de igual forma al ver por primera vez en mi vida aquellas playas rocosas, apartadas, solitarias. Parajes que, desde el punto de vista de una escritora de terror, embotellaban a la perfección la claustrofobia y la desesperanza que siente mi Catalina. El golpe de gracia me lo otorgó la excelentísima historiadora Gloria Díaz Padilla, quien me brindó toda su amabilidad y respondió a todas mis preguntas sobre La Gomera de principios del siglo XVII. Poco a poco, las piezas del puzzle iban encajando, la vocecilla criticona de mi interior se iba diluyendo y yo no podía más que dar gracias a la vida por todo ello.
El niño que daba el desayuno a una enorme mantarraya sin miedo alguno. Mi conversación en aquel convento con un señor que tenía tantas ganas de blasfemar contra las altas esferas eclesiásticas como yo. La amabilidad gomera, el descubrimiento del gofio. El cumpleaños número 100 de un patriarca a quien escuchamos cantar. El pato random que nos encontramos en plena montaña, las cenas cargadas de risas y autoconocimiento. La parsimonia con la que esperamos en un bar a que arreglaran nuestro avión averiado. La última noche con el resto de islabentureras/os a orillas del Atlántico… Podría estar horas y horas enumerando todo lo que me llevé de esa primera semana y aun así, me quedaría corta al dar las gracias a todo el equipo de IsLABentura (y a mi querida Diana) por regalarme esta oportunidad.
Ya de vuelta en la península, me he sumergido de lleno en la escritura del guion, con la esperanza de tener una primera versión que esté a la altura de las circunstancias. Motivación no me falta, y es que he vuelto con las pilas más que recargadas, pero también con una cosa muy clara: pase lo que pase, no me imagino ‘La hereje’ en ningún otro lugar.