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“Entre mi índice y mi pulgar

Descansa la pluma.

Con ella cavaré”.

(“Cavando”; Seamus Heaney)

Nervios, tensión, cansancio acumulado… Llegué a la semana final de Islabentura justita de fuerzas, tras meses de trabajo intenso y un montón de viajes. Y eso que en enero había decidido tomarme las cosas con calma por prescripción médica. Sin embargo, el 2023 ha terminado siendo uno de los años más movidos de mi vida. A cambio, me llevo muchas cosas bonitas: la gente, las experiencias, los paisajes… y La Palma. Amo Galicia con todo mi corazón, pero ahora un pedacito pertenece a esa isla. Sé que volveré allí algún día. Mientras tanto, nos une un océano. Me reconforta saber que el mar junto al que paseo todos los días es el mismo que baña sus costas.

Una de las actividades que más disfruté durante esa semana final en Lanzarote fue la reforestación del Bosquecillo, en colaboración con la Fundación Foresta. Apellidándome Fraga (en gallego es un tipo de bosque), no podía gustarme más esta iniciativa. Cada participante de Islabentura plantó un árbol de una especie endémica de la isla: drago, acebuche, guaydil, tarajal o tajinaste. Me pareció una metáfora preciosa del laboratorio y, en cierto modo, del oficio de guionista: nuestras historias están vivas; son semillas que algún día formarán un bosque, un nuevo ecosistema que aportará diversidad y beneficios a la tierra sobre la que crece.

Mientras sachábamos esa tierra para plantar los árboles, no dejaba de pensar en uno de mis poetas favoritos, el irlandés Seamus Heaney. En su poema “Cavando” hace un paralelismo entre el oficio de escritor y el de sus antepasados agricultores: la pluma (el bolígrafo, el teclado) es su azada, con la que cava en busca de historias. Siendo nieta de campesinos, siempre me he identificado con ese poema. Y ese día, en el Bosquecillo de Lanzarote, cobró todo el sentido del mundo.

Islabentura es un vivero de historias. Para Jacobo y para mí ha sido una suerte poder participar plantando la semilla de Malpaís, con la esperanza de que algún día sea un árbol. Ahora toca despedirse y dar las gracias por todo. Aunque no es un adiós, solo un hasta pronto. Se termina la aventura, pero comienza un nuevo viaje.

Lidia y Jacobo.