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Escribo estas líneas absolutamente noqueado por la resaca emocional de abandonar a mis compañeros por segunda vez. Incapaz de contar aún que ha significado este viaje para mí.

Vengo a hablar de otro tema que es vital en “Un supermercado en Tigaday”.

El otro día iba con Marina en la guagua y en una trascendental conversación nos preguntábamos si en el caso de tener opción preferíamos quedarnos ciegos o sordos. Fue rotundo como ambos elegimos no perder oído. Nos miramos y dijimos al unísono: La música.

La respuesta es un atentado contra nuestra profesión, nos dedicamos a narrar imágenes. Pero la música no sólo las narra si no que nos acompaña en caso de su ausencia. Es la fiel compañera de todos los momentos de nuestra vida, la banda sonora de nuestros sentimientos más jodidos y también los que deslumbran belleza. Música como receta para combatir la tristeza, o para envolvernos en ella para sanar heridas. Música que nos convierte en inmortales, canciones, que al reproducirse, nos otorgan instantáneamente la seguridad que parece abandonarnos el resto del tiempo.

Me gusta la idea de refugiar en la canción nuestros problemas y hacer con ellas lo que hacemos con las personas, desde no querer volver a oírlas hasta hacerlo en un bucle infinito que parece conseguir que el silencio parezca un concepto jamás inventado.

Un supermercado en Tigaday intenta homenajear no sólo a las melodías, si no también a quien nos los transmiten. Creo recordar quién me ha enseñador todas y cada una de las canciones que han marcado mi vida y el momento que las escuche por primera vez.

Me gusta pensar en como la música se transmite entre generaciones, desde el mismo momento en que ha salido de los acordes y la voz de su autora o autor hasta que ha llegado a mí. Me las imagino como ríos que se desvían hacía unos sentimientos, u otros, en función de quien las recibe hasta aterrizar en mí por primera vez, sin prejuicio alguno, directo a la cabeza y corazón.

Fer, el protagonista de mi largometraje tiene como autores de su vida a Silvio, Serrat, Chavela, Sabina, Mercedes Sosa y toda una generación de artistas que contaron nuestras historias, que sintieron lo mismo que nosotros y que nos llevan una y otra vez al lugar de nuestra mente que ellos mismos conquistaron.  Su madre es quien le enseño todas estas canciones y ahora que no está, guarda en ella los más felices recuerdos de su vida.

Intento hacer la película entre otras cosas para homenajear a todas aquellas personas que nos han educado en la música, nos han transmitido sus letras, acordes, pero sobre todo nos han contado los sentimientos e historias refugiadas detrás de ellas.

Un par de días antes de volver a casa, Daute me comentó que acababa de escuchar el Ojalá de Silvio Rodríguez (incitado probablemente por mi insistencia casi delictiva) y me confesó haberse emocionado. Dejando claro que las nuevas generaciones, muchas veces criticadas, siguen teniendo interés por descubrir la música que nos precede y por disfrutarla. Por tanto, hay esperanza.

Antes de despedirme me gustaría animaros a pensar en que canciones han marcado vuestra vida, a volverlas a disfrutar y a compartirlas, sabiendo que con ellas dejamos un legado maravilloso a las generaciones venideras.

Por todo esto, espero poder hacer algún día “Un supermercado en Tigaday”. Además, en caso de quedarme ciego, sabré que al menos podré escucharla, … bueno,  y Marina también.

Perdonad la nostalgia, pero estoy con Silvio en bucle.