Escribir, por lo general, es un ejercicio solitario. Y esto hace que te enfrentes contra tus propios pensamientos. Es por ello que es bueno salir y coger aire fresco. Una de las grandes ventajas que tienen los laboratorios como isLABentura Canarias es que compartes muchos momentos con gente que está igual de chalada que tú, y que, sobre todo, está lidiando con los mismos problemas de escritura que tú.
La isla de La Palma acogió el segundo de nuestros encuentros. Desde el grupo “Bruja’s team” (el grupo secreto de los islabentureros) se había soñado con la posibilidad de que pudiéramos descansar y bañarnos en las playas de la isla bonita. Al llegar nos dimos de bruces con la realidad. Nuestra amada María José, directora del laboratorio, nos hizo un resumen del planning de la semana y avisaba: “La guagua sale del hotel a las 7:45”. Ella no se dio cuenta, pero se pudo oír cómo se rompían algunos corazones.
Ir a La Palma significa, para mí, volver a casa. Mi familia materna es de allí y he pasado en la isla casi todos los veranos desde que tengo uso de razón. La Palma es una isla verde a más no poder, con curvas serpenteantes y un cielo nocturno fascinante. Si de Lanzarote escribía en este mismo blog que desde el cielo podía contemplarse la obra de César Manrique, desde el cielo de La Palma uno podía deleitarse con la gran obra maestra de la naturaleza. La Palma y los palmeros son gente entrañable, de esa que te invita a tomar el café para luego ir a misa en la Iglesia de Santo Domingo (o eso recuerdo yo). Es un sitio que, en un principio, puedes rechazar porque no tienes las comodidades de una capital o una gran ciudad. Pero al final tiene de todo: es de esos lugares que te agarra y no te suelta, donde vives mejor que en ningún otro sitio. A todo el mundo le encanta La Palma. Y a quien no, es porque todavía no la conoces.
Y volver a isLABentura significa reencontrarse. Con gente que quieres y que además sientes que te quieren. Y esa sensación es (y perdóname la expresión querido lector) cojonudo. Y esta gente es cojonuda. He tenido la suerte de que este año 2022 me ha juntado con gente extraordinaria y he podido compartir momentos geniales con todos ellos. Y mis compañeros de isLABentura han sido otra luz en el camino. Y de verdad, no lo digo por decir. Nutrirse de ese gran grupo de profesionales que son todos es un absoluto privilegio para un recién iniciado como soy yo. Pero sentirse parte de este grupo es un nivel superior.
Compartir debates, compartir gracietas, compartir enfados. Compartir. Descubrir el Ojalá de Silvio, recorrer La Palma hablando de nuestras vidas pasadas, qué hacemos en nuestro día a día, qué les conmueve, qué les lleva a escribir lo que escriben. Ir al Tajogaite y escuchar hablar a Juan y sentir cómo a todos se nos rompía el alma en mil pedazos. Embostarse (llenarse en canario) de comida, reír con la boca llena. Hacer el pitch, repetir el pitch y verse haciendo el pitch. Bañarse en ropa interior en Fuencaliente y repetir el baño en la siguiente parada. Conocernos y, sobre todo, conocerse. Eso fue el reencuentro.
Podría escribir muchas líneas sobre los fantásticos talleres que tuvimos y de los grandes profesionales que los llevaron a cabo; podría escribir sobre cómo va la serie o sobre lo mucho que nos ayudó este segundo encuentro en nuestros proyectos. Pero hoy me levanté emocional y quise escribir sobre todo lo otro. Lo otro que fue en La Palma.
En 1978, Silvio Rodríguez sacó un álbum titulado “Al final de Este Viaje”. 44 años después, en 2022, Javier Morala me lo legó. En la descripción del álbum en Wikipedia pone que fue grabado en Madrid, únicamente acompañado por su guitarra, sin mayores arreglos ni adornos. Este laboratorio supongo que es un poco como ese álbum: sin muchos adornos, María José, los tutores, todo el equipo de Canary Islands Films y nosotros, su particular guitarra de 14 cuerdas. “Al final de Este Viaje” es una maravilla. Al final de este viaje llamado isLABentura no sé lo que espera. Lo único que sé es que ya he ganado. En todo lo otro, quiero decir.
¡Hasta la próxima!