Ya hemos pasado el ecuador de este viaje y yo aún no termino de ser consciente del todo. Una aventura que a finales de octubre tendrá un punto y seguido, pero tengo la poderosa sensación de que está lejos de terminar.
Agosto ha sido un mes de muchos contrastes. Cuando aún no me había recuperado de la resaca emocional de la semana de formación de Islabentura Canarias, las responsabilidades de la vida adulta volvían a llamar a mi puerta. Decidí quedarme teletrabajando en Tenerife —ventajas de ser autónomo en España— para poder concentrarme en la tarea que tenía por delante y, por qué no, para huir del infierno en el que se convierte Madrid en verano. La fecha de entrega de Islabentura está más cada vez más cerca y empiezo a sentirme como el conejo blanco de Alicia; siempre a la carrera y con la vista fija en el reloj. Aún me queda muchísimo trabajo y mucho menos tiempo del que mi salud mental necesita para no irse de vacaciones permanentes.
Los días pasan y yo exprimo el tiempo para llegar a los plazos que me he propuesto (spoiler: ya me gustaría), trabajar en lo que me va saliendo —desventajas de ser autónomo en España— y aprovechar para tener un poco de vida social con la familia y los amigos que tengo desperdigados por el mundo y que, a cuentagotas, confluyen en verano por la isla.
No es tarea fácil equilibrarlo todo y pretender seguir estando cuerdo, especialmente por la incertidumbre inherente a nuestro oficio. Sin embargo, la sensación de ver cómo va cogiendo forma esos trazos inseguros que eran «Lo que la naturaleza da» al comienzo de este viaje es adictiva, y por eso me encanta lo que hago. Además, ¿conoces a algún cuerdo feliz?
La semana de formación en La Palma supuso un parón en mi ritmo personal de trabajo. Un frenazo necesario para poner las cosas en su lugar, reencontrarme con la familia que Islabentura a elegido por mí con mejor criterio que yo mismo, aprender en todos los talleres que nos tenían preparados, ponerme a prueba en más de uno y, porqué no, disfrutar de alguna que otra sorpresa.
Los talleres sirvieron para darme una interesante perspectiva que no había tenido en cuenta, no solo del sector audiovisual, sino de mi propio proyecto. Tener que enfrentarme a un pitch casi improvisado frente a mis compañeros fue todo un reto que me puso delante las fortalezas y debilidades de mi largometraje; qué debía mejorar y qué debía desechar.
Por otro lado, pasar toda una semana con mis compañeros ha sido como un bálsamo. No solo he tenido la oportunidad de conocer más a fondo el resto de proyectos, sino que también he fortalecido los vínculos personales con quienes están detrás de todos ellos. Unas magníficas personas y guionistas con las que me he reído, he bromeado, he trabajado, de las que he aprendido muchísimo y de las que seguiré aprendiendo en el futuro, estoy convencido.
También tuvimos la oportunidad de conocer a algunos de los Gran Reserva que se quedaron a las puertas de ser seleccionados para Islabentura Canarias. Gente estupenda con grandes historias que contar que ponen más en valor, si cabe, lo difícil que debió de ser la selección, y también me demuestran, una vez más, la calidad humana y profesional de quienes forman parte de este laboratorio tan singular. Todos los detalles de esa convivencia se quedarán para siempre en La Palma y en nuestros corazones, así que no profundizaré más en eso (Cliffhanger mode: ON).
Pero hablemos ahora de las piedras en el camino que te hacen tomar un desvío inesperado. En el plano de lo estrictamente creativo, este mes me ha servido para poner patas arriba la estructura de mi historia. Así, sin anestesia.
Justo después de la semana de formación, donde nos ofrecieron mucho contenido legal y jurídico relacionado con el sector, me dio por preguntarme si tenía bien definidos los aspectos legales dentro de mi historia; al fin y al cabo, todo giraba alrededor de una herencia. La respuesta larga me la dio, durante una hora de conversación, una abogada con la que contacté y a la que estaré eternamente agradecido. La respuesta corta fue que ni de lejos.
Sin entrar en aburridos detalles, las conclusiones de aquella conversación me hicieron replantearme la relación entre Paula —mi protagonista— y Maximiliano, la principal barrera entre Paula y la herencia de su padre. También me sirvió para tomar la decisión de renunciar definitivamente al aspecto hereditario de la enfermedad por la que murió el padre de Paula y que podría padecer ella; demasiadas herencias, demasiados giros y demasiados cabos que tenía que atar en apenas hora y media. Necesitaba limpiar todo aquel batiburrillo, reescribir y volver a reescribir, entender qué era lo que quería contar en realidad. Un trabajo fino al que tenemos que enfrentarnos tarde o temprano en cualquier proyecto de escritura para desvelar el verdadero corazón de la historia que se esconde tras el carboncillo del boceto.
En ese punto me encuentro ahora mismo, con los nervios a flor de piel; escribiendo con una mano, mientras con la otra sostengo el tic-tac que marca el tiempo que me queda para entregar mi criatura. Y esperando que, para mí, como para aquel conejo blanco, un segundo a veces equivalga a «para siempre». (Sobre todo porque, si no, es que no me da tiempo a entregar la peli ni de coña).
¡Nos vemos en septiembre!