Son las 23:05 del 9 de octubre de 2022. Hace escasos minutos he entregado el guion de la película. Me siento exhausto en el sofá, miro la televisión apagada, en el reflejo veo a una versión de mí mismo que me felicita. A la derecha, en el reflejo de la ventana veo otra versión diferente que me dice que tenía que haber revisado una vez más el guion.
Siento que estoy perdiendo la cabeza hablando con versiones de mi persona en forma de reflejos cuando aparece mi pareja, la miro como a un oasis en el desierto, sabedor de que sólo ella podrá sacarme de esta paranoia. Ella, me mira, me sonríe, y comienza a hablarme. Yo helado, la observo sin capacidad de respuesta, su voz no es su voz, es la de Jordi, mi tutor. Intento salir corriendo del salón y huir de casa, consigo dejar el piso y bajo las escaleras apresurado, corro por el largo pasillo del portal y cuando por fin parece que voy a abrir la puerta que me permita salir a la calle, me despierto.
Son las 7:45 del 9 de octubre de 2022 y estoy ante mi último día para revisar el guion. Me despierto sudoroso intentando recuperarme del sueño recurrente que me persigue desde hace una semana. Me levanto, preparo un café mientras me miro en el espejo de la cocina, mi reflejo es yo mismo, respiro aliviado, aunque no del todo. Me acerco a la habitación donde mi pareja duerme y finjo que se me cae algo, se despierta y adormilada me pregunta qué se ha caído. Es su voz, así que tranquilo la dejo durmiendo de nuevo y vuelvo a mi café. Todo ha sido un sueño.
Dedico la mañana a corregir las modificaciones de las últimas revisiones que he tenido con Jordi durante esta semana. El proceso ha sido duro. Tuvimos la primera reunión el 25 de julio, en La Palma. Han sido tres meses de absoluta demencia para conseguir llegar a tiempo y tener un guion.
Nuestro modus operandi se ha basado en definir muy bien lo que quería contar, darle una estructura y sentido e intentar que siempre pasasen cosas. A partir de ahí, escribir, enviar, reescribir y comentar. Hemos hablado mucho, muchísimo, y he de confesar que no creo que hubiese escrito el guion de no ser por Jordi. Ya no sólo por el talento que pueda tener o la metodología, sino por la capacidad de trabajo y entrega. Sólo con alguien cómo el era posible lograr tan ardua misión.
El horario de trabajo impedía tener mucha disponibilidad así que hemos hecho encaje de bolillos, sacrificado el descanso y alargado los días para llegar a esta fecha. Lo pienso durante la reescritura y me emociono. Pronto interrumpo mi emoción para recordarme que no tengo tiempo para emocionarme hasta después de la entrega.
A las 15:30 queda finalizada esa parte, ahora me centraré en la revisión de estilo y ortográfica. Hemos escrito mucho y muy rápido y con esa misma velocidad he dado patadas al diccionario que harían que Pérez Reverte me dedicase un tweet para increparme.
Son las 21:00, he finalizado la revisión de estilo y gramática y he hecho una lectura completa en voz alta. He intentado poner una voz por cada personaje demostrando la gran capacidad de registros que puedo llegar a tener y dando una razón más a mis vecinos para llamar a la policía. Ahora me toca la parte que había dejado para el final, la música.
Un supermercado en Tigaday habla de muchas cosas, amor, perdón, reconciliación con el pasado o con uno mismo, pero la base es la música. Un supermercado en Tigaday es un viaje por la educación sentimental de una persona a través de la banda sonora de su existencia hasta la fecha.
Voy a Spotify y busco la lista con las canciones que forman parte la película. Pongo los cascos, doy al play y escucho las ocho canciones, de seguido, sólo escuchándolas y mirando la portada del guion:
Un supermercado en Tigaday
escrito por Javier Morala
El viaje por esas canciones se convierte en un trayecto por el proceso de escritura de este guion. La tarea ha sido probablemente de los retos más complicados que he tenido en mi vida. Estoy agotado, pero la felicidad que siento en ese momento roza la plenitud. Suena Óleo de mujer con sombrero, pienso en la secuencia sobre esa canción, sonrío.
Suena Ojalá de Silvio y siento que una parte de mi se ha terminado con esa película y se ha convertido en un recuerdo maravilloso. Celebro no haber perdido la cabeza en el camino -exceptuando el día que vi a Chavela- y preparo el documento para enviarlo. Lo envío, suena el ruido de mensaje enviado.
Son las 23:05 del 9 de octubre de 2022. Hace escasos minutos he entregado el guion de la película. Me siento exhausto en el sofá, miro la televisión apagada, en el reflejo veo a una versión de mí mismo que me felicita. A la derecha, en el reflejo de la ventana veo otra versión diferente que me dice que tenía que haber revisado una vez más el guion.
Siento que estoy perdiendo la cabeza hablando con versiones de mi persona en forma de reflejos cuando aparece mi pareja, la miro como a un oasis en el desierto, sabedor de que sólo ella podrá sacarme de esta paranoia. Ella, me mira, me sonríe, y comienza a hablarme. Yo helado, la observo sin capacidad de respuesta, su voz no es su voz, es la de Jordi, mi tutor. Intento salir corriendo del salón y huir de casa, consigo dejar el piso y bajo las escaleras apresurado, corro por el largo pasillo del portal y cuando por fin parece que voy a abrir la puerta que me permita salir a la calle, me despierto.