Piloto entregado. ¿Emociones? Tres muy concretas. Orgullo, nostalgia y Gil Gunderson. El orgullo se traduce en música. Desconozco el mecanismo cerebral por el que suena música en mi cabeza siempre que termino de escribir el episodio de una serie. Si es el piloto, bossa nova, porque es un orgullo que se funde en alivio. Hay alegría, también paz. Puede que sea porque el primer capítulo es, por lo general, el más complicado/desagradecido/para qué me meto yo en esto. A mí siempre me resultan más difíciles los principios porque queda todo por delante y las posibilidades de equivocarte son, más o menos, todas. A la escritura de un piloto hay que enfrentarse con casco y escudo. Los frentes son muchos y muy variados: dar información sin ser expositivo; girar sin que se pierda el espectador; prometer cosas maravillosas, que sabes que SÍ puedes cumplir; bajar a tierra, relacionar, hacer concreto lo abstracto, dar forma, color, sentido, poner nombre y cien apellidos a aquella idea lejana que se te ocurrió meses atrás en la ducha. Casi nada. Desde ese momento, lo único que te separa de esa historia maravillosa que tenías en la cabeza llena de champú eres tú mismo. Por eso, meses después, cuando por fin escribes la palabra “fin” en un piloto que consideras digno de ser presentado al mundo, te giras con miedo, miras atrás y comparas. ¿Es mejor de lo que habías imaginado? En cualquier caso, la respuesta es un rotundo sí. Lo primero, por el simple hecho de que ahora existe. Vale, sí, solo en papel, pero existir, existe. Pero es que, además, es imposible que no sea infinitamente mejor después de dedicarle un montón de horas más que… aquellos míseros tres minutos bajo el agua. Cada segundo que has pasado pensando en tu historia la hace mejorar.
En el post que publiqué en junio, hablaba de las particularidades de la escritura de un proyecto de thriller que no es encargo. Vamos, que nace de ti. Ese laberinto en el que tú solito decides perderte y para el que tienes que inventar un recorrido emocionante y un chimpún final que deje ganas de más al espectador. Escrito y entregado piloto y dossier de Un extraño amanecer, el primero que tiene ganas de más soy yo. Resulta que ese planeta extraño por el que has tenido que abrirte paso a machetazos con la única brújula de una escaleta y la sinopsis, ahora te parece un lugar precioso y acogedor en el has decidido quedarte a vivir. Entonces, suena el despertador y te das cuenta de una dolorosa realidad: mudarte ahí no depende únicamente de ti. En el mundo real, las casas bonitas cuestan dinero, lo cual me lleva a la tercera emoción. Emoción a la que llamaré Gil Gunderson.
Gil Gunderson es uno de mis personajes secundarios favoritos de Los Simpson. Un vendedor a comisión con el agua al cuello, cuya vida personal y profesional siempre depende de una última venta… que nunca termina de cerrar. Creo que, en un primer momento, cualquier guionista se siente un poco así cuando termina dossier y piloto. Enfrentado al vértigo de tener que convencer a otras personas para que participen de su proyecto. Miedo, nervios, incertidumbre, inseguridad… Si no vendo, estoy en la ruina, todo mal, desastre, catástrofe, apocalipsis. Luego, tras el sofoco preliminar, piensas que lo mejor es transformarte en todo lo contrario. Sí, adoptaré otra personalidad (que no es la mía), una magnética, la del vendedor nato. En vez de Gil Gunderson, seré el vendedor del monorail. Sacaré un piano y cantaré, bailaré, y animaré a la gente a cantar y bailar conmigo. No, me conozco. Eso tampoco funcionará. Por último, llegas al mejor de los lugares posible, que es, ni más ni menos, que la realidad. Es decir, recordar que llevas meses trabajando en un proyecto en el que crees con los ojos cerrados, echándole horas y más horas, mejorándolo versión tras versión… a cambio de nada. Y cuando haces algo por el simple hecho de que te encanta, es mucho más que probable que haya otras personas a las que también les encante. Justo en ese momento dejas de ser un personaje para convertirte en una persona, con todos los miedos e inseguridades del mundo, sí, pero orgulloso del trabajo hecho. Alguien cuyo propósito ahora es hacer que otra gente sienta lo que él siente con su historia.
Nos vemos en noviembre.