
Creo que nunca he visto lo que pasó en Islabentura.
Siempre que viajas en grupo, o conoces gente nueva, hay con quien tienes más o menos afinidad, se crean grupos, etc. No sé qué tipo de brujería hicieron desde la organización (no tengo certezas ni tampoco dudas de que María José está detrás de ello) para encontrar un grupo tan sensacional de personas, que tuvieran tanta afinidad desde el minuto uno siendo muy heterogéneo.
En próximas entradas contaremos algunos detalles de estos meses juntos pero la experiencia de la primera semana fue fantástica, de principio a fin, sin ningún pero. Lo único que puedo hacer es dar las gracias a mis compañeros, y también a Natacha, Lorena y Maria José porque son el claro ejemplo de que para que las cosas salgan bien no hay mejor receta que poner amor y esfuerzo en lo que haces. Bueno, y también un chip a cada uno para controlar nuestros movimientos.
Ahora vayamos al viaje a El Hierro y cómo surge la idea de un Supermercado en Tigaday.
Desde hace unos años estaba obsesionado con escribir una historia que tuviera relación con el hecho de volver a casa. Siempre que he viajado -y por trabajo lo he tenido que hacer bastante- intentaba hallar en esos lugares las localizaciones para el relato.
Hace unos meses viajé a El Hierro impulsado por el fenómeno fan de la serie con el fin de recorrer cada escenario de la producción que me había enamorado. Pero no fue así, recuerdo que al bajar del ferry tuve la sensación de que esto iba más allá. Y poco tarde en reafirmarme.
No miento si digo, y que me perdonen en otros lugares, que El Hierro es el lugar más especial que he conocido nunca.
Soy una persona que tiene pocos momentos de lucidez, pero al recorrer la isla iban apareciendo todos y cada uno de los detalles de la historia que estaba por escribir, pero en cierto modo ya estaba sucediendo en mi cabeza. Todo cuadraba, todo encajaba a la perfección, pero necesitaba un click, en este caso dos, que le diesen a la historia el engranaje que no pudiese separarlo de la isla.
Cuando me desplazo a un lugar donde voy a estar un largo periodo, lo primero que hago es buscar un refugio, el sitio en el que sentirme completamente protegido. Para mi personaje, quería lo mismo.
Y lo encontré, el Pozo de las Calcosas. Un pequeño pueblo construido en la parte baja de un acantilado. Un lugar al que la gente sólo acude en verano, por lo que en invierno es un conjunto de casas fantasma, construido en lo bajo de un barranco a doscientos metros de altura, por lo tanto, había encontrado el refugio de mi personaje.

Pozo de las Calcosas
Recorrimos la isla, horas y horas dando vueltas, alucinando con el paisaje, parando en cualquier punto para bajarnos del coche y seguir alucinando. Estuvimos horas sin cruzarnos con nadie hasta que llegamos al hotel, que teníamos en Tigaday.
Nuestro hotel daba a la calle principal donde los villancicos sonaban de sol a sol, la gente caminaba y otros tantos tomaban algo en los bares. En esa calle estaba la vida que parecías no encontrar en el resto de la isla. Era festivo, así que las tiendas estaban cerradas, todas menos el supermercado que iluminaba la calle con el entrar y salir de personas.
Recuerdo perfectamente que entré en la habitación y le dije a mi pareja (alucinada por verme cotillear por la ventana) que la película de volver a casa tenía algo que ver con ese supermercado.
De ahí vinieron varios meses de crear la historia en mi cabeza, y cuando salió la convocatoria de IsLABentura tenía la oportunidad de plasmarlo en el papel. No fue fácil pero estaban meridianamente claros los tres pilares fundamentales sobre los que estaría construido: sería una historia de volver a casa, la música tendría mucho que ver en ella, y sólo podría suceder en El Hierro.
Cuando volví para la semana de documentación, sentí que estaba en una fase de reafirmación. Tuve la inmensa fortuna de viajar con Carolina y Jordi y poder hacer en cierto modo de guía de la isla e intentar que viesen en ella lo que a mí me enamoró tanto, meses atrás.
No sé si lo conseguí, espero que sí, pero sé que el viaje a El Hierro, estaba siendo en cierto modo un viaje de vuelta a casa, o por lo menos a lo conocido, de tal manera que pude sentir como mi personaje y pensar como él, pero sobre todo me centré en intentar descubrir qué hacía a esa isla ser un lugar tan especial.
Lo primero que piensas es en los paisajes. Qué maravilla de lugar, qué variedad, puedes pasar de estar en Marte a un bosque infinito en cuestión de minutos, o sus charcos, es de verdad alucinante. Pero no creo que eso lo fuese, vivo en Tenerife y me maravillan sus paisajes por igual.
Lo siguiente que pensé fue en la gente. Los lugares los hace su gente. Y así era, todas eran personas maravillosas. Desde Teresa y Yaneida, que siempre encontraban hueco para explicarte algo o tomar un café y contar cosas de la isla hasta dos enfermeras que venían de la península que no tuvieron problema en narrarme su día a día para alguien que venía de fuera. Los agentes de la Guardia Civil que ayudaron a Carolina en su fase de documentación o cualquier persona que te encontrases y que no dudaba en detenerse y en charlar contigo. Aún así, seguía pensando que eso no diferenciaba a El Hierro.
La última noche, cenamos con Teresa, Yaneida, Jordi, Carolina y nos acompañó Tania, que vino a contarnos la historia de El Hierro. Puedo asegurar que pocas veces en mi vida he visto a nadie hablar con tanta pasión y amor como lo hacía Tania de El Hierro.
Fue confuso porque me sentía como toda esa gente, amaba ese lugar, pero no era capaz de entender qué lo hacía diferente.
Al día siguiente volví a Tenerife contento por haber podido disfrutar de El Hierro desde otro punto de vista, pero triste por no haber tenido tiempo para descifrar lo que la hacía especial.
En esa reflexión me di cuenta de la solución. El tiempo. Eso es lo que hace que El Hierro sea mágico. Es el lugar donde cada segundo cuenta, en el que el reloj se detiene pero la vida sigue fluyendo.
Entonces entendí que Yaneida, Teresa, Los Agentes de la Guardia Civil, las enfermeras o Tania, nos estaban dando lo que allí nunca falta, que es tiempo. Sin quejas, ni réplicas, sin mirar el reloj, a cambio de nada. Simple y llanamente nos estaban regalando su tiempo.
¿Puede haber algo más valioso?