Cuando era pequeña, mi mayor heroína era Xena La Princesa Guerrera. Fuerte, valiente, poderosa, se besaba con hombres y mujeres, tenía los ojos azules y nadie podía con ella. Sin embargo, cuando cada mes veía a mi madre doblada del dolor de ovarios, siempre pensaba: ¿Cómo luchará Xena cuando tiene la regla? Y es que existe una tendencia a masculinizar los personajes femeninos cuando se quieren retratar como protagonistas épicas.
Este ha sido mi mayor temor desde que comencé a escribir TIERRA. Quiero que a Pepa le traspase su experiencia como mujer cisgénero en el mundo que le ha tocado vivir. Las primeras veces que empecé a pitchear esta idea, cuando llegaba al momento de la pérdida de su bebé, los comentarios eran: “Pero ¿es una película intimista?”, “¿No iba sobre el movimiento obrero?” o (mi favorito) “Uf, esto se puede convertir en un melodrama”. ¿Acaso las mujeres que lucharon por nuestros derechos dejaron de ser madres o de tener la regla? NO. Las mujeres hemos tenido que pelear con todas estas cargas y precisamente eso es lo que aleja a mi Pepa de Xena. Ella se tiene que recuperar de un posparto en lo que inicia una pequeña revolución: sangrando su cuarentena y llorándole las tetas de leche por el dolor de su clase y de su género.
Ojalá “en la era de los antiguos dioses” a Xena le hubiese venido la regla, doliéndole tanto los ovarios que perdiera en “el calor de la batalla” para que, cuando a mí me empezara a doler, no me sintiera tan mal por no luchar ese día. Y no pasa nada por no poder levantarnos del sillón, porque, nos guste o no, al igual que Pepa, al día siguiente, tendremos una nueva guerra que combatir.