Han pasado tantas cosas que voy a empezar por el final. Aunque es el principio de alguna manera. La última tarde en La Laguna fui a dar un paseo con Bea antes de la cena. Protegidos del viento por casas coloniales, encaminamos nuestros pasos sin rumbo solo por el gusto de pasear. Y en esas calles, como dos seguidores de la escuela peripatética, descubrimos que íbamos a estar vinculados para siempre a las islas. Si alguna vez volvíamos a viajar a Tenerife o a Gran Canaria, sería imposible no pensar en isLABentura sin esbozar una sonrisa.
Porque nuestras historias han ocupado los rincones de una platanera en Garachico, han navegado las olas de Punta de Teno, se han sentado a comer (muchas y muchas veces) en riquísimos restaurantes, han escalado las laderas del Teide, se han asado dentro de una guagua, … Da igual cuando vuelva a la isla, cuando lo haga, siempre pensaré en mis compañeros y en esta increíble semana de formación.
Dicen algunos lingüistas que el origen etimológico de la palabra “familia” es “aquellos que sacian su hambre juntos”. Y precisamente de saciedad esta semana no nos podemos quejar. Hemos tenido alimento para el estómago y el espíritu.
Y una no es más noble que la otra. En el convento de Santo Domingo y en el Teatro Leal hemos aprendido de todos los ponentes que han pasado: Tomás Rosón, Marta Buchaca, Peter Andermatt, Luis Alcázar y Guillermo García Ramos.
Pero la master class del día solo era un preludio para que el aprendizaje continuara. Porque esa es la magia de isLABentura, que te permite charlar sobre teatro con Marta Buchaca mientras te comes un queso pasado por agua (una especialidad lagunera servida exclusivamente en nuestra mesa) o cazar ideas para tu pitch mientras escuchas a Guillermo García Ramos tomarse un postre.
Muchas mentes bullendo a la vez, un inconsciente colectivo de historias madurando para ser cosechadas en Lanzarote. Si la mía fuera un árbol, sería un platanero. Bien, hablemos del elefante en la habitación: “cómo vas con la escritura de La Guía? En la anterior entrada me prometí a mí mismo tener una versión dialogada antes de viajar a Tenerife. Y, aunque ya sabemos cómo funcionan las promesas con uno mismo… Já. Lo he cumplido. Varios días antes de coger el avión mandé a mi tutor una “primerísima versión dialogada”. Un mal parto. El niño ha salido cabezón, pero enclenque de cuello para abajo. Esto se traduce en una primera mitad abundante, en la que me recreo en la presentación de personajes y sus conflictos, pero, a medida que avanza el relato (y que el Celtx avisa de que se acaba el número de páginas que me propuse), me ha entrado el ansia recortadora y lo he dejado en un suspiro. Jordi me ha recetado dieta para esa primera parte hipertrofiada y ejercicios de musculación para la segunda.
Aún así, estoy satisfecho con esta primera versión del piloto. La Guía es una serie que yo vería y eso me parece fundamental a la hora de sentarme a escribir. Sin embargo, durante la redacción han aflorado mis miedos respecto al diálogo: “¿no es demasiado artificial?”, “¿de verdad crees que en los ochenta la gente hablaba así”?, “¿no podrías decir más con menos?”, “¿no has pensado sacarte una oposición de Correos y dedicarte a otra cosa?”. Así son los miedos: irracionales y muy cabrones. Cuando me sacuden estos temores pienso en la reflexión que lanzó mi profesora Itziar Pascual en una de sus clases cuando estaba en el primer curso de la RESAD. Itziar señalaba que hay dos tipos de dramaturgos (podemos sustituirlo por guionistas en este contexto). Por un lado, aquellos que, como Lorca, son músicos con un oído prodigioso y son capaces de representar en el papel todo lo que escucha. Por otro lado, aquellos escritores que, como Valle Inclán, son pintores de ojo agudo y se recrean en transmitir aquello que ven, como si el papel fuera un lienzo virgen. Desde que escuché esta distinción siempre me he considerado de los segundos, un escritor visual con facilidad de plasmar en palabras aquello que imagino. Aunque no por ello dejo de entrenar mi capacidad musical. En este segundo pulido me detendré en la plasticidad de las réplicas de los personajes, en limar lo que sobre y traducir en acción lo que redunde.
En esta entrada ya no queda espacio para miedos y agonías, así que dejaremos para la siguiente todo lo referente al documento de venta. Porque escritor pintor sí, pero con poco gusto por la maquetación. Ahora toca seguir trabajando, picando piedra para llevar diamantes a Lanzarote.