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En mi primera semana entre islas, apareció esa voz en off que solo te habla de un único tema: la idea en la que estás trabajando. Normalmente, cuando estoy en mi ciudad, en mi vida normal, esa voz aparece cuando me estoy duchando, cuando cocino o cuando voy en el metro. A veces, tengo que dejar de hacer lo que sea que estoy haciendo y escribir en un papelajo o en una nota del móvil todo lo que esa voz me cuenta. En mi primera semana entre islas, la vocecita me habló bastante, pero solo hacía preguntas. Muchas preguntas. He de reconocer que algunas de esas preguntas eran bastante buenas, como «¿cuál será la primera escena de esta historia?», que llegó justo cuando aterrizaba en Fuerteventura.

Pensaba que los lugares que conocería iban a darle forma a la historia, pero también le dieron material a esa vocecita para hacerme más preguntas. La serie «8 islas para decirte adiós» trata sobre una pareja que recorren las Islas Canarias. Es su último viaje como pareja, aunque ellos no lo saben del todo. Por eso, yo necesitaba guardar en mi mente cada rincón, cada playa y cada carretera («¿en este camino podría pasar esa conversación que lo cambia todo?»). Ya en Gran Canaria, la isla en la que viven los protagonistas, las preguntas fueron a más. Recorrí el barrio de La Isleta en Las Palmas («¿Esta podría ser su casa?»), busqué los bares donde bajarían a tomar algo, la tienda en la que comprarían el pan o el supermercado en el que harían la compra («¿A él le gusta cocinar?»). Mi paseo lleno de preguntas llegó hasta El Confital, la zona de playa y paisaje volcánico donde la protagonista iría cada mañana («¿Podrían tener un perro?»). Me senté un ratito a ver el mar y había una pareja. Eran justo cómo me había imaginado que serían mis protagonistas.

Los dos observaban el horizonte, las olas y la ciudad al fondo. Ella le besó a él y luego él

hizo lo mismo: «¿Y si no saben que esta será su última vez juntos frente al mar?».

Pensaba que las personas que vería en mi semana entre islas me inspirarían a darle más fuerza a la historia de amor y desamor, y no solo lo hicieron, también llegaron nuevas preguntas. Hubo clases («¿debe empezar la historia por el final?»), paseos por Arinaga («¿Él creció aquí?»), viajes a Gáldar («¿Habría que cambiar la profesión de ella?») y desayunos con compañeros («¿Cuál de los dos sufre más por la ruptura?») y las escenas, los personajes y los capítulos de la serie fueron dejando de ser preguntas. Una noche, mis compañeros de laboratorio y yo acabamos en un karaoke. Había pocas formas mejores

para conocerse que cantar una canción juntos. Y entonces, claro, llegó una pregunta más: «¿y si los protagonistas se conocen en un karaoke como este?».

Al final de la semana, hubo algo que me inspiró mucho más que cualquier playa. También provocó que esa voz me lanzase más y más preguntas. Escuchar las historias que participan en el laboratorio hizo que todo tuviese sentido. Ver cómo alguien lucha por poder transmitir un sentimiento, una vivencia, lo que le pasó o lo que necesita compartir con el mundo es lo que hace que esta profesión, la de contar historias, sea tan bonita. Y también lo que hace que isLABentura sea una experiencia tan importante para los que somos parte de ella. Sobre esto último, no me llegó ninguna pregunta de esa voz en off dentro de mi cabeza.