
A la chita callando ha llegado el ecuador de agosto y eso me lleva, directamente, a ser consciente de varios asuntos.
En primer lugar, que debo actualizar este blog de forma inminente.
En segundo lugar, que según la hoja de ruta que había prestablecido, ahora mismo debería llevar la mitad del guión escrito. Antes de comenzar el proceso de desarrollo de Días de Julio, elaboré un pequeño calendario de trabajo que compartí con mi tutora; según el cual, dedicaría el mes de agosto a escribir una primera versión de diálogo de la película. Y en ello ando, pese a que apenas esté terminando de dialogar el primer acto cuando ya debería andar por el punto medio. Y, aunque para nada es objeto de preocupación, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que las cifras han ido ganando peso a las letras en este particular proceso de escritura:
93 secuencias a dialogar a lo largo de 31 días. 43 días para enviar el guión definitivo. 50 días para terminar el dossier. 69 días para el pitch final.
Supongo que todo esto no es más que el indicativo de que Islabentura está llegando a su fin. Y eso, además de cierta presión y ansiedad, genera notables dosis de tristeza y melancolía.
He de reconocer que yo, que soy de letras por naturaleza, siempre he mirado los números con cierta desconfianza. Sobre todo, cuando irrumpen de forma intrusiva en un proceso de escritura que, como tal, debería estar comandado por el bando contrario. Aunque bien mirado, los números también pueden ser el reflejo de algo bueno.
El otro día, sin ir más lejos, me encuentro con Nacho en Lanzarote. Y de manera natural, nos contamos cómo llevamos el proyecto de cada uno. Y compartimos neuras y miedos, pero también consejos e impresiones. Y esa noche, volviendo a casa, tomo conciencia de que ahora no solo llevo mi historia a cuestas. También llevo otras 15 historias en la cabeza. De 15 personas a las que, sospecho, estaré vinculado de un modo u otro… quién sabe durante cuánto tiempo. Seguramente, más allá de ese 26 de octubre en el que termina este laboratorio.
De pronto, las cifras dejan de ser vistas bajo sospecha. Y comienzan a ser aliados de las letras. Ya no constituyen una amenaza. Más bien, el presagio de que lo mejor está por llegar.