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Proceso CreativoRaquel Trujillo

Abrimos el telón, IsLABentura

Abrimos el telón, IsLABentura

Telones cerrados. Qué de cosas esconden. 

Damas del siglo XVI, caballeros con lanza, sonrisas apasionadas, vestidos de época, ojos brillantes de ilusión, manos temblorosas. Y lo más importante… un sinfín de historias. 

El mío, el telón de mi historia, esconde una aBentura. Así, con B… porque me han dicho que esos son los mejores tipos de aventuras, los que se salen de las normas, los que sorprenden, los que no te esperas. 

La llamada de María José aquel viernes no me la esperaba. No voy a mentir y decir que me había olvidado de que ese día anunciaban a los seleccionados de esta edición. Lo sabía perfectamente. Por eso me había pasado desde el alba entre sueños y pesadillas con un ojo en el teléfono. Pasaban y pasaban las horas y no había noticia… solo siete llamadas perdidas de un número desconocido. 

¿Y eso no encendió una bombillita en tu subconsciente, Raquel? 

Pues no, primero porque yo no contesto a desconocidos – por mucho que a veces quiera creer que me está llamando un productor, al que no he dado mi teléfono, con la oferta de trabajo de mis sueños –  y segundo porque yo me esperaba un email, un post en Instagram, una nota de prensa, yo qué sé… además, que había dormido tres horas y yo cuando no duermo, coherente no soy. 

No me esperaba esa llamada, ni la noticia feliz que ha hecho mi año entero. Pero he de confesar que IsLABentura ha sido mi amor platónico muchos años. Era como ese crush de la universidad. Ese que admiras desde la distancia, queriéndote acercar a él, soñando con que algún día te pregunte algo que vaya más allá de un “oye, ¿tú sabes cómo va la impresora?” 

Y bueno pues después de mucho manifestar este año mi crush no solo se ha percatado de mi existencia sino que ha visto algo guay en Mucha mierda, muy probablemente mi proyecto más especial (y personal) – una comedia inspirada en la locura que vivo día a día, en mi familia. Y es que yo no tengo una familia normal… mi familia se dedica al teatro y espero que eso lo explique todo. 

Llegué a Fuerteventura como aquella niña que empieza el primer día de cole… con muchos nervios. Nervios que se esfumaron en un segundo porque la energía que se respiraba en ese lugar era mágica. Parecía que nos conociéramos de años y no habían pasado ni 24 horas desde que aterrizamos en la isla.

 

 

 

 

Después de unos días de primeros encuentros, ruedas de prensa y paseos de diez minutos (mal contados) a la intemperie y con el viento en contra, volví a Tenerife a empezar el proceso de documentación. Siento decir que aquí la historia pierde trama y emoción porque me lo monté fatal… las cosas como son. Mientras mis compis surcaban mares, se adentraban en volcanes y atravesaban dunas, yo me fui a mi casa con mi familia. ¿Cómo se me ocurre a mí escribir una serie sobre mi propia familia y un mundo que frecuento día sí y día también y que encima transcurre en la isla en la que vivo? 

Con tal panorama, yo vaticinaba una labor de documentación la mar de aburrida, pero como siempre, me equivocaba. Fue una cosa divertidísima. 

Al llegar a casa, cogí a mi padre prejubilado y le obligué – a cambio de alguna cervecita al borde del mar – a hacerme de chófer/guía turístico por la isla. Un aplauso para él… por su paciencia infinita, su nula capacidad para encontrar parking y, por supuesto, su icónica playlist ochentera, ¡10 de 10!

Juntos nos pasamos aquellos dos días callejeando Santa Cruz, La Laguna y el Puerto, imaginando dónde podrían transcurrir muchas de las escenas de Mucha mierda, dónde podrían vivir sus protagonistas, dónde comprarían el pan, dónde tomarían café… combinando realidad y ficción. Y es que esta es, en el fondo, una historia un poco real. 

 

 

 

 

Ha sido tan guay poder bajar el ritmo y volver a conocer tantos lugares ya conocidos en mi querida isla. Otra sorpresa que me ha regalado esta aBentura. 

También tuvimos que hacer parte del trabajo de investigación dentro del mundo de la farándula, obviamente. Y como además de guionista, también tengo alma de actriz (y de periodista curiosa), me preparé mi mejor papel y me recorrí los teatros de la isla fingiendo que no sabía nada de este mundillo y así sonsacarles toda la información posible, la de verdad. Carolina Yuste, cuanto menos. 

La argucia, además de permitirme poner en práctica mis oxidadas dotes interpretativas, me regaló un sinfín de anécdotas, personajes dignos de siete series e historietas cada cual más desternillantes. Vamos, que esta serie se escribe sola. 

 

 

 

 

De esta primera semana me llevo muchas cosas para el recuerdo. Talleres de primer nivel, cantidades ingentes de las tirmas de Binter, noches de karaoke cantando por Raphael mientras una treintena de guiris achicharrados por el sol canario no entienden ni una palabra, desayunos buffet e incluso upgrades con jacuzzi incluido. 

Pero sobre todo, me llevo a esta gente chulísima y majísima – qué especial es verte en medio de un grupo de gente a la que le mueve la misma pasión que a ti. Me llevo este lugar en el que te cuidan y miman como a un verdadero protagonista. Me llevo sentirme una suertuda por ser parte de algo tan mágico y único. 

El campamento para guionistas más guay de la historia. Si me dejaran, yo vendría todos los años. Y es que, ¿quién no?

Aunque siempre dé vértigo, ahora empieza lo divertido. La creación. Yo tengo la suerte de que la maravillosa Alba Lucío vaya a mi lado, guiándome y asesorándome. Así que para no dar más rienda suelta a la impostora que hay en mí, después de escribir este post, me dispongo a encerrarme en mi cuarto con un par de personajes desquiciados obsesionados con su caótica familia y con el oficio más noble– y que menos pasta da, pa’ que nos vamos a engañar– dentro del adorado showbusiness… el teatro. A ver qué narices quieren de mí. 

Si no hay ninguna baja, los focos siguen en su sitio y los ensayos van como la seda, nos volvemos a leer pronto. 

Ahora sí, abrimos el telón. 

¡Mucha mierda, familia!