
Compruebo que está todo y cierro la cremallera de la mochila. Pongo la alarma de casa y cierro con llave. Bajo al parking, abro el maletero y meto la mochila. Compruebo la hora de mi vuelo y salgo pitando: sí, ya estamos en la segunda semana del laboratorio.
Han pasado meses desde la última vez que nos vimos y, la verdad, estaba tachando días en el calendario para poder volver a vernos. Nos ponemos al día con los compis: hablamos de en qué punto están nuestros proyectos, los tips que nos han dado nuestros tutores, las masterclass que tenemos por delante, etc. Siento que, cada vez más, estamos formando una cuadrilla cultural entre todos nosotros. Yo que, al igual que muchos de aquí, no vengo de una familia artística, donde se gocen conexiones y puntos de apoyo, encontrar en Islabentura un espacio de iguales donde intercambiar miedos, inquietudes y dudas sobre el cine, el futuro y la vida en general, es increíblemente sanador. Un faro de luz que se proyecta sobre una nebulosa de incertidumbres, oportunidades que no llegan —o tardan en llegar— y un mundo con fuertes barreras de entrada para alguien que crea desde la ultraperiferia.
Lo hablaba con María José: cada semana en Islabentura supone ascender en fastpass los escalones en la carrera de hacer cine. Por la gente que conoces, por lo aprendido en los talleres, por los vínculos que creas y por los atajos que te dicen que tomes. Una vez me dijeron que la soledad del escritor es similar a la soledad del corredor de fondo: tú contra tu mente diciendo que no puedes, que no llegas, que abandones. Pero la mente llega hasta donde los músculos no, y en esa carrera de corredor de fondo te encuentras con otros atletas que te animan a seguir, otros a los que pasarles el testigo y otros cuantos que tienen mejor marca que tú y deseas llegar hasta donde ellos. Así es la vida. Así es el cine. Así es Islabentura. Una carrera. No de velocidad, sino de aguante. Y, aquí, gana el que se aferra.
Además, en Islabentura siempre hay hueco para el tenderete. Esa verbena en La Isleta, bailando salsa y merengue y donde sonaban remixes de canciones impensables, siempre la voy a llevar conmigo. Qué lindo regalo me hizo el laboratorio apareciendo en el momento idóneo de mi carrera.
Por otro lado, me reencuentro personalmente con Gianmarco Serra, mi tutor de proyecto. Gian ya se siente como casa, como refugio, como una bola de cristal a la que pedir consejo. ¡Cuánta sabiduría! Me siento realmente identificado con la idea de storytelling que tiene: defender a capa y espada las historias que salen de lo más profundo de nuestro pecho, frente a las grandes lógicas industriales del sistema: ¡La mejor forma de atender al público es no pensando en ellos! Todos los que quieran hacer cine, tatúense esa frase. Les va a ahorrar quebraderos de cabeza. Y obvio que sí, sabemos que lo que hacemos es con un fin, con un público, con un destinatario, con un receptor que recoge las ideas que una vez fueron neuronas chocando en nuestro hemisferio derecho. No obstante, si (re)formulas tu película en función de estadísticas, algoritmos, targets, números, billetes, hombres con corbata, probablemente no estás haciendo la película que tú quieres hacer y saldrá la película que las estadísticas, los algoritmos, los targets, los números, los billetes y los hombres con corbata quieren. Por tanto, a las barricadas. Siempre que podamos, y siempre que se pueda, defender la poesía.