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LÓPEZ Y EL FACTOR MARINO

César Manrique ya estaba en mi radar mucho antes de hacer este viaje a Lanzarote. Conocía su casa-fiestódromo de Tahiche y parte de su contenido, pero los ojos de turista son mucho menos precisos que los de quien busca escenarios para una película.

 

Bajo la superficie de su mito fueron apareciendo muchas cosas. Primero la extensión de su arte inmenso e impresionantemente polifacético. Luego la dimensión atemporal de sus espacios, los que se pueden visitar en la isla y los que ya solo existen en los libros por culpa de alguna imperdonable negligencia, como el restaurante de un hotel de Madrid cuyo diseño de mediados de los años 50 pasaría hoy todos los filtros de Instagram; allí, un mural enorme —como el cristal de un acuario de suelo a techo—, contenía un montón de formas de colores flotando sobre un fondo oscuro. 

 

La obra gráfica de Manrique multiplica su sentido cuando la aprecias en su lugar de origen y con los ojos de un largo de animación. Su Fauna atlántica y sus Banderas del cosmos cuentan el doble porque es facilísimo imaginarlas en movimiento. Hasta en las texturas terrosas de su obra informalista, la más seria y abstracta, se ven criaturas camufladas en la arena, vigilando desde su escondite, no vaya a ser que pase por allí algún depredador hambriento.

 

El equipo de la Fundación César Manrique me abrió las puertas del museo, de la biblioteca y de algo que yo no había tenido en cuenta, porque no tiene que ver estrictamente con el resultado gráfico: la construcción de su propio personaje. Resulta que documentándome para una historia que habla, entre otras cosas, sobre las máscaras sociales y la defensa de la autenticidad, me topé de improviso con un rey del disfraz que coleccionaba caretas y obligaba a sus visitas a ponerse túnicas de colores mientras residieran en su casa. 

 

Imagino que alguien con ideas tan disruptivas como que el freno al desarrollo turístico puede ser una fuente de riqueza, necesitaba resguardarse bajo un alter ego. Quizá gracias a eso consiguió que tantos años después se sigan protegiendo como el mayor tesoro de Lanzarote los espacios que él diseñó estratégicamente, convirtiendo la isla en un museo de arte en el que las obras las pone la naturaleza. Se diría que su verdadero talento no era proyectar los lugares, sino saber elegirlos para resignificarlos después con una pequeña intervención: unas gradas bajo una cúpula de piedra, la barra de un bar entre volcanes, una ventana que da a un mar gigante y lo convierte en un espectáculo. Todo para hacer que quien los visite, los viva y los DISFRUTE tal como vinieron al mundo (a ver si así se anima también a cuidarlos).

 

Eso me dio una pauta para diseñar los escenarios de López y el factor marino, pensé que bastará con reproducir los entornos naturales y darles pequeños toques urbanos. Así los personajes, que son animales pero sienten cosas muy humanas, tendrán un hábitat que mezcle ambos mundos de manera orgánica. Iremos probando.

 

En realidad, al margen de Manrique, en Lanzarote encontré todo lo necesario para inventarme un mundo subacuático: los cactus pueden ser corales, en las grutas volcánicas caben el hotel y el auditorio que tengo pensados; y algunas tramas (suelos empedrados, texturas viejas y modernas) pueden convertirse en pieles de escamas. Por todas partes encontré reproducciones de peces y otros seres marinos presidiendo lugares importantes o simplemente cotidianos. Si su mundo fuera una versión del nuestro, ¿decorarían ellos con elementos de nuestra especie las fachadas, las rotondas y las puertas de las casas? 

 

Otra fuente de inspiración sorprendente y fundamental han sido las charlas con la gente, la mayoría durante sus turnos de trabajo en oficios turísticos que repetían los mantras de Manrique, «que no venga demasiada gente», «que no nos cambien lo nuestro». Que nadie altere la identidad de la isla. 

 

Todo dicho siempre con una hospitalidad inquebrantable, la misma con la que el equipo del centro de buceo Pura Vida me fue hablando de especies marinas en un barco, un rato antes de que yo mismo las pudiera ver respirando con mucha calma para no gastar antes de tiempo la botella de oxígeno. Pude practicar esas dinámicas de la respiración —que dan mucho juego para escenificar los miedos del protagonista de la historia— visitando el museo subacuático de Jason de Caires Taylor, donde varias estatuas hundidas se están dejando colonizar por algas, erizos y otros efectos del tiempo sumergido. Tiene la atmósfera perfecta para una escena intrigante, ya le he asignado un sitio en el guion. 

 

Fue especialmente bonito encontrar una pequeña casa en la playa donde ubicar la secuencia de arranque. En general, el viaje sirvió para confirmar muchas ideas con las que espero imprimir un paso firme en la escritura. Y al contrario: para tener una visión muy nítida también de lo que sobra, para perder el miedo a los descartes. 

 

Hablando de encuentros, sin duda un contenido estrella del viaje fue el intercambio de ideas con otras mentes que están en este mismo reto de IsLABentura en el par de días que nos juntamos en Fuerteventura. Compartir referencias, recibir sugerencias, pasar el trago de presentar los proyectos en público al más puro estilo aquí te pillo, aquí te mato (y compensar los nervios con unas risas en la cena). Me resultó muy útil presentar el mío en esa primera sesión de pitch, lo liberé un poco de algunas referencias pesadas que suceden «bajo el maaar».

 

Después del viaje de documentación empezó otra inmersión, la del desarrollo de la historia con mis dos guías, Isabel Herguera y Gianma Serra, con quienes pelotear el proceso creativo está llevando el proyecto a sitios completamente inesperados. Me animan a confiar en la pertinencia de las ideas densas y los temas candentes a pesar de estar proyectando un producto de entretenimiento. Me animan también a aplicar un concepto de la ficción comprometido con las causas sociales —incluido el cuidado del medioambiente— e ir depurando la mezcla hasta armar una buena comedia. 

 

De momento me quedo con que tiene sentido ir poniendo el camino bajo las patas del pequeño López para que amplifique el legado de César Manrique y para que cuente todo lo que se puede encontrar en Lanzarote que merece mucho la pena preservar.