
Es un verano raro. La playa de Las Canteras se ofrece a lo bestia desde la ventana de la habitación, pero yo trabajo o aprendo o aprendo y trabajo, que en los últimos años de mi vida es lo mismo. Es un agosto extraño en Madrid. Llevo medio mes atrincherada en casa con el aire acondicionado, huyendo de esta ciudad desierta y comiendo, a veces, en los restaurantes que nunca, nunca tienen sitio en temporada no infernal.
No paro de hacer malabarismos desde que volví del segundo encuentro de Islabentura, En el aire, cinco pelotas: una serie de encargo (tenemos que hablar de eso, ten cuidado con lo que deseas); una película para las ayudas al ICAA (se ha presentado hasta el gato, no quisiera estar en la piel de los que tengan que leerse tal cantidad de despropósitos); una serie propia que xxxxxxxxxx (no se puede decir nada, pero ya os contaré cuando os vea, yupi); el parece que, espero que, ojalá, si no pasa nada, rodaje del guion de mi primer largometraje en octubre y, cómo no, Siempreviva, esta historia que fotografía a muertos del siglo XIX por toda Fuerteventura, entre el desierto y la desolación (fotre, qué calor da escribir esto). Todo mezclado, todo a la vez, todo en agosto. Así que, cuando escribo, fantaseo con mezclarlo todo y, por ejemplo, subir a una señora con el corpiño y el polisón en un 124 a toda hostia por la Gran Vía, huyendo con unos rockers de una pandilla de heavies, en dirección a la Sala Sol. Sería total. ¿No hay un libro y una peli supertrash que se titulan Orgullo, Prejuicio y Zombies? Pues eso. Que porque no quiero. Si pudiera ver la cara de mi tutor, recibiendo esa escaleta, haría el esfuerzo.
A estas alturas del desarrollo del proyecto siento que ya conozco muy bien a esta extraña familia que voy a putear hasta el extremo. Al fin y al cabo a los guionistas nos pagan eso, para coger unos personajes que no nos han hecho nada, ángelicos, y joderles la vida con un buen conflicto y muchos problemas. Pues bien, ahora que Cristanto, Rosa, Azucena, Begoña, Blas, Narcisito y yo ya nos conocemos, estoy en ese punto en que se me aparecen por las noches. Me explico: no es que se materialicen a los pies de la cama (cosa que, por otra parte, no tendría por qué ser imposible en ellos) sino que, cuando los dejo en un buen lío, a veces los imagino en ese mismo escenario, mirándome y preguntándome, “¿y ahora qué hacemos?”.

Pues eso, ahora que de las cinco pelotas que estaban en el aire dos han parado y otras dos están en suspenso, solo tengo que jugar con Siempreviva, con Islabentura y llega el momento de que la familia Blanco se eche a rodar de nuevo por Canarias en la escaleta definitiva, el último viaje de ensayo. La última vez que vi a Pablo Bartolomé, me lanzó un torpedo en toda la línea de flotación y a mí no hay nada que más me guste que complicarme la vida. Así que hoy, 13 de agosto, todo empieza de nuevo dos siglos atrás en Fuerteventura, sin salir de mi comedor. Fuera, en este espanto que es ahora mismo Madrid, el asfalto escupirá calor batiendo récords en los termómetros; aquí, en casa, con una temperatura constante de 24 grados, pasará un carro por las teclas de mi ordenador y desiertos y muertos y alguna que otra ardilla de las que alimentó la estupendísima Marta Buchaca en el Calderón Hondo majorero.
