
Desde la semana que estuve en Fuerteventura y en El Hierro, me he envuelto en un proceso de (re)aprender y de (re)escribir. La escritura será reescrita o no será. O eso dicen. Siento que ese proceso de (re)elaboración, mutatis mutandis, más artesanal, ha acercado el film a todos. Como si la historia te la susurrasen al oído, y sintieses el aliento del que te la cuenta, entrar por el canal auditivo hasta llegar a las membranas que transforman las vibraciones en información. Así se siente esta historia: como un secreto compartido.
Y todo eso, gracias a que boté los cimientos para volver a construir. Obviamente, con la dirección de unos grandes jefes de obra como lo son Isabel y Gianmarco, mis tutores. En todo momento me he sentido acompañado por la voz de la experiencia y de la nobleza, no desde un sentido heráldico, sino desde la bondad y la sinceridad. Si un arquitecto te dice que esa columna es de carga y es estructuralmente necesaria para el edificio, tú le haces caso, porque nadie quiere vivir en un sitio inseguro. Pues lo mismo con mi historia: los arquitectos son ellos, yo soy el obrero que durante meses ha estado trazando, pavimentando y levantando los muros de lo que será mi futura “casa”. Yo también quiero un lugar bonito, seguro y agradable para vivir. No solo yo, sino también todos aquellos que nos visitan leyendo el guion o viendo el film. Quiero escribir un libreto que invite a la gente a pasar y quedarse. Quiero una historia que sea casa, hogar, refugio y soco. Que tengas ganas de vivir en ella. Siempre atendiendo a los imprevistos que puedan surgir en el camino. Porque, a veces, esa ladera donde siempre habías soñado construir tu casa resulta ser un terreno baldío o inestable. Y entonces toca cambiar de lugar, redibujar los planos y elegir otros materiales. Quizá la casa que imaginabas frente al mar termina alzándose en mitad del bosque. Lo importante es no aferrarse. Entender que escribir también es ceder. Ceder ante lo inesperado, ante los sedimentos que aparecen cuando escarbas, ante la grieta que se abre justo donde pensabas levantar la primera pared.
Yo, que llegué con una historia aparentemente sencilla, he terminado escribiendo una película de callejones sin salida, de sentimientos viscerales y de unos protagonistas ausentes, imperfectos y profundamente humanos. Es bonito descubrir cuál será tu peli en el mismo proceso que la elaboras. Hay algo realmente revelador en no tenerlo todo claro desde el inicio. Como si la historia también tuviera voluntad propia, como si te dictase lo que necesita ser y tú solo tuvieras que aprender a escuchar.
Y, aun así, con todo eso, la película —como la casa— empieza a levantarse. No como la imaginaste, pero tal vez como realmente tenía que ser.