Toda historia tiene la misma mecánica: detonante, nudo y desenlace. Si mi proceso en Islabentura fuese una historia en sí misma, que lo es, las tres partes estarían muy claras. En el primer acto yo soy un guionista que escribe algo que le parece muy divertido pero sin la convicción de que le vayan a coger con semejante pedrada, el primer punto de giro es la llamada de María José diciéndome que estoy dentro; el segundo acto son los viajes a Lanzarote y a El Hierro, el tiempo con los compañeros, las tutorías con Diana y los talleres etc etc etc; normalmente el segundo acto es el más difícil de escribir, en el que las cosas que no funcionan se hacen evidentes y las cosas que creías que funcionaban pues no funcionan tanto. Pero, siempre hay un pero, si mi proceso en Islabentura fuese una historia en sí misma, que lo es, el tercer acto (al que aún no hemos llegado) es, o va a ser, el más difícil. Y es simple y llanamente porque esto se acaba. Porque se acaba el escribir tu proyecto propio, en el que crees y que nadie te ha encargado, sin ningún tipo de presión ni de calendario ni de productor hablándote de conceptos como young adult, coming of age o serie evento. Porque se acaba el ver crecer los proyectos de tus compañeros casi con más ilusión que el tuyo y sobre todo, porque no sé cuándo volveré a escribir una serie, mi serie, con esta libertad y con tanta gente animándome y confiando en lo que hago. (Aún no tengo las notas de mi primera versión del piloto, igual cuando las reciba tengo que reescribir esta entrada) Un jefe productor, productores os quiero, me dijo una vez que uno de los secretos de este curro es saber diferenciar oportunidad y trabajo, y esto, aunque haya tenido mucho trabajo ha sido una de las grandes oportunidades que he tenido.
Podríamos estar páginas y páginas describiendo el proceso pero creo que no es tan interesante porque cada uno tiene el suyo y a cada uno le funcionan las cosas de una manera. LUGDLP es una comedia de 6×30 y quiero, y voy a , llegar a la entrega con una V2. Gracias a Diana y a Rebeca, llego con una escaleta muy muy trabajada y por tanto sacar una v1 del piloto no ha sido difícil. Difícil ha sido encontrar el tono: ¿Qué hago con todos esos chistes brillantísimos pero que no diría mi personaje? Atentaría contra la coherencia y la naturalidad de los protas, pero son tan buenos que debo incluirlos. Chistes de comparaciones (NO), chistes viejunos (NO) y chistes de referencia (NO y NO) ¡Pero tengo que incluirlos porque son buenísimos!
No, Jorge. Quieto. Por favor. (Y no porque todo esto este mal porque sí, sino porque no es mi tono)
Otro de los consejos de un antiguo jefe (soy un obseso de las libretas y cada vez que alguien me da algún consejo de curro o de vida de guionista me lo apunto y me lo grabo a fuego) es que siempre hay que ponerse en la piel de los personajes. En mi caso ha sido fácil porque mis dos protagonistas son mis abuelos, de hecho se llaman igual: Bernardo y Joaquín. Ninguno es ni remotamente canario pero son ellos. Y quiero que sean ellos. Y van a ser ellos o lo vamos a intentar. Adjunto fotos. Mira, sin darme cuenta, he conseguido que en esta entrada del blog cumpla con otro de los requisitos para escribir una buena escena: he incluido pequeños detalles, mis güelos, que le den veracidad y/o verosimilitud al asunto.
Otro de los requisitos para tener una buena escena es que acabe en alto. (O eso me dijo gente que sabe mucho más de esto que yo) Y se me ocurre terminar con una frase que pronuncia un trampero en El plantador de tabaco de John Barth y que dice algo así como que la inocencia y la juventud tienen sentido porque se acaban. Igual que Islabentura.