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En El Hierro me di cuenta de que llevo un tiempo perdido. No me había sentido tan perdido desde mi adolescencia. Llevo unos meses de introspección, casi enfermiza, de análisis de mis actos, tratando de responder la pregunta de si alguna vez he merecido el amor que he recibido para lo poco que he dado. Y más de una vez la ansiedad me ha comido cuando me he autoconvencido de la respuesta negativa.

En El Hierro el tiempo pasa distinto. Llegamos un lunes y nos fuimos un domingo, pero sobre todo nos fuimos siendo otros. Uno llega acelerado y se va sanado. Pasé por todo el arco del personaje de una comedia dramática, una de esas donde el prota vuelve a la isla que tanto odiaba (ejem). Nunca había estado en la isla, pero esta corta semana ha servido para dejar una huella gigantesca en mí.

En El Hierro el tiempo pasa distinto. Ni más rápido ni más lento. El mundo existe hasta donde alcanza la vista. El tiempo se congela y lo que hay fuera deja de existir. Solo están la isla y las personas con quienes la compartes. En El Hierro el tiempo pasa distinto porque te puedes parar a mirar cómo se sucede la vida: las nubes recorren sus montañas como quien acaricia el pelo de su amante. El mar es bravo en el norte y tranquilo en el sur. La sinuosidad de las carreteras atraviesan el verdor y el malpaís de la isla. Un “Rayo” cuida de las ovejas en la cumbre y el vino sabe mejor viendo Frontera desde el mirador de La Peña. Pero sobre todo puedes pararte a observar las cosas que realmente importan, a la gente que te rodea y sus pequeños detalles que les hacen ser quienes son: por algunos motivos que conozco llegué desubicado, con pocas ganas de interactuar con nadie, pero con el transcurso de los días tuve tiempo para fijar mi atención sobre esas personas. Ese grupo que forma parte de ese pequeño universo llamado isLABentura. La semana fue una lección sobre el ego, sobre cuidar de los demás y entender que todos, en el fondo, tenemos algo contra lo que estamos luchando.

En El Hierro, la última noche, Hugo sacó su guitarra y María José su magia. Esa misma magia que hace que 14 guionistas se encuentren entre historias diversas de islas remotas. Durante esos días recibí el amor que no creía merecer de personas a las que creía no importar. Lloré de la manera en la que lloran los idiotas cuando se dan cuenta de lo idiotas que han sido. Llevo varios meses en un proceso en el que me he autodestruido hasta ese punto. Hablar con toda la maravillosa gente que forma para de esta a(b)entura ha reconstruido parte de ese corazón que yo mismo me encargué de bombardear, y fue la isla la que terminó de cerrar la herida.

Porque en El Hierro el tiempo pasa distinto. Y pasa distinto porque es el mejor lugar para que suceda la magia, sobre todo si te rodeas de personas que son mágicas. Perderse no está tan mal cuando en el camino te encuentras de personas que te ubican. Gracias a todos. Merecen de vuelta todo el amor que dan.