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Arima LeónProceso Creativo

“Y NO ME ABANDONE NUNCA”

La última versión del tratamiento de TIERRA la había escrito en medio de una consecución de trompicones en lo que preparaba la defensa de mi tesis. Pero cómo iba a poder escribir en paz después de la revolución interna que me provocó la entrevista con Juan Cruz. En ella descubrí que en 1978 un grupo de aparceros y aparceras habían secuestrado al consejero de agricultura para que los empresarios firmaran el convenio. También que mi abuela Candelaria había sido piquete durante las huelgas. “Lo ‘biéramos reventao’ como un cartucho” dijo Lala mientras azoraba al capataz de una finca según me cuenta el señor Cruz. Lo cierto es que suena bastante a mi abuela.

Intenté incorporar todo lo que había aprendido con Juan Cruz, pero mi cabeza estaba en 300 lugares distintos y fui incapaz de desarrollarlo como se merecía. El tratamiento estaba tan mal que hasta mi tutora se escandalizó. No obstante, yo estaba segura de que una vez recuperara la calma en mi vida, todas las ideas se iban a ordenar. No había mejor oportunidad para ello que una semana en El Hierro. Sin embargo, la isla me sorprendió y me dio más de lo que le pedía.

Los primeros días rebosé de felicidad porque la serenidad isleña vino con la idea del final que tanto necesitaba. Oristrell también me hizo darme cuenta de que TIERRA tenía que ser el título de la película porque la tierra es la que da la vida, pero a la vez es pisoteada, igual que ocurre con mi heroína. Pensé también en la orografía de mis personajes y me di cuenta de todo lo que me queda por aprender dirigiendo intérpretes. Qué bonita es esa sensación de querer saber más.

Después de horas y días emperrados en pensamientos, salimos a descubrir la isla y llegamos a uno de los terreros más bonitos que he visto en mi vida. Obviamente me acordé de mi tío Antonio, el más viejo como dice él, mi persona favorita del mundo como digo yo. Le mandé una foto del majestuoso terrero preguntándole si había luchao’ alguna vez ahí. Claro que sí, contra el Pollito de Frontera cuando luchaba en primera. Antonio aprovechó el audio que me mandaba para felicitarme por haberme doctorado. Siga usted pa’lante con lo suyo y no me abandone nunca…

Esto lo escuché por la noche de vuelta al hotel, después de casi haberme ahogado con mis compañeras en Tacorón. No sé si porque durante la tarde mencionamos mucho la muerte, pero al oír las palabras del más viejo las sentí como una despedida y no pude evitar que se me cuajaran los ojos. León, como lo llamaban en lucha canaria y como me gustaría que algún día se refieran a mí, lleva enfermo un tiempo y desde entonces me gusta grabarlo. No solo para tratar de retener un poquito de su esencia mágica sino también porque tengo la sensación de que a su generación le debo algo. El sacrificio, quizás. Desde niño a Antonio la sociedad lo forzó a que la tierra fuera su madre. También pensé en mi abuela Lala, tan salvaje y tierna como un campo recién arado. Es por ellos que hago esta película, como agradecimiento, porque hoy soy lo que soy gracias a lo que ellos dejaron de ser.