
Ya terminé la primera versión del guion del piloto de “La maestra roja”. Ya está entregada y enviada. Guau. Cuesta decirlo y cuesta creerlo.
Para mí, esta entrega ha supuesto ese famoso punto de giro que da comienzo al tercer acto de un guion. En el periplo de esta “islabentura”, siento que el envío de nuestros proyectos ha sido el fin de un segundo acto lleno de acción y que ahora mis compañeros y yo nos precipitamos hacia un emocionante final… Un final que, a su vez, espero que esté lleno de nuevos comienzos.
El hecho de que el proyecto de “La maestra roja” ya esté en manos de otros lectores me produce sensaciones muy contradictorias. Por un lado, me atrevo a decir que me siento satisfecha y orgullosa: finalizar un proyecto de serie o de largometraje no es algo sencillo. Conseguir dar una forma a las ideas que tenemos en la cabeza y convertir la página en blanco en un guion no es fácil de lograr. Así que creo que, en esta etapa final del viaje, hay que sentirse bien con una misma por el camino recorrido.
Por otro lado, también estoy llena de miedos e inseguridades… Desde que entregué el guion, a mi cerebro se le ocurren mil preguntas distintas, pero hay una que se repite con más fuerza: ¿Le interesará mi proyecto a alguien? Al final, los escritores y guionistas trabajamos para un lector o para un público. Para hacer realidad una historia. Y siempre da un poquito de vértigo no saber quién va a estar al otro lado.
De cualquier modo, después de esta entrega miro en retrospectiva y me doy cuenta de todo lo que he vivido gracias a Blanca y a su aventura. La verdad es que estos meses de escritura han supuesto numerosos retos y a mi alrededor ha habido muchísimo caos: todo mi espacio de escritorio repleto de post-its, los malabares que he hecho para conciliar la escritura con el trabajo, la gestión de los eventos inesperados (en mi caso, una mudanza), la calurosa soledad de la escritora mientras otras personas pasan el verano en la playa… Creo que una de las cosas más difíciles de escribir es que no podemos parar el tiempo para poder hacerlo.

Los post-its de “La maestra roja” rodeados de mis plantas… ¿debería recogerlos ya?
Pero también han sido meses de muchas sorpresas. Por ejemplo, pude hacer un viaje inesperado: mi tutora, Virginia Yagüe, nos propuso a mí y a mi compañera Laura ir a visitarla a su casa para trabajar en nuestros proyectos. Así que Laura y yo descubrimos su encantador pueblito y quedamos maravilladas con lo bonita que era la casita de Virginia y lo acogedora que fue su familia con nosotras. Gracias a Pablo, a Samu y por supuesto a nuestra tutora por compartir su inspirador hogar para avanzar en nuestros guiones.

Mi compañera Laura, nuestra tutora Virginia y yo
En el proceso creativo de estos meses me he enfrentado a la tarea de escribir una historia basada en hechos reales, algo que hasta ahora no había hecho: he tenido que aprender a filtrar mucha información, tomar decisiones sobre el período que iba a abarcar con mi historia, poner el foco en lo concreto… En resumen, he tenido que aprender a usar las tijeras de guionista.
Pero si tuviera que destacar una cosa que me ha hecho crecer como escritora, diría que eso ha sido enfrentarme al segundo acto con nuevas y poderosas herramientas. Ese temido segundo acto, que está repleto de emociones, siempre me ha costado especialmente a la hora de desarrollar una historia. Una de las cosas más difíciles de desarrollar un guion es buscar conflictos y entretejerlos para generar sorpresas y misterios… En este sentido mi tutora Virginia me ha ayudado muchísimo a aprender a alimentar la peripecia de mi trama potenciando diversos elementos.
A continuación, finalizado el segundo acto tanto del guion de mi piloto como de mi paso por Islabentura, llega el momento de saltar al tercer acto, al acto final… Ahora toca compartir y mostrar lo que escribo con las personas que se interesen por mi historia… un paso necesario y muy bonito, pero que también me asusta, me da respeto.
Por suerte, cuando el miedo acecha, recuerdo que tengo una red de apoyo inmejorable. Virginia, con su enorme generosidad y profesionalidad, ha hecho de este proceso, en el que es tan fácil sentirse vulnerable, una experiencia mucho más fácil y enriquecedora. También he sentido el caluroso apoyo de los demás islabentureros. Y, por supuesto, ahí han estado mis familiares y amigas para apoyarme y comprenderme cuando tenía que encerrarme a escribir.
Así que ahora, superado el miedo al segundo acto, ¡que dé comienzo el número final!