
Aunque para otras etapas del trabajo soy mucho más racional y más mecánico, me cuesta plantear el proceso de concepción de una película de forma ordenada, basándome en conceptos de hierro a los que ser absolutamente fiel o partiendo de una especie de entendimiento previo de las cosas. Al principio, en realidad, lo que tengo es un magma anárquico en torno a una premisa, donde se mezclan notas sobre un personaje que me fascine, sobre unos entornos, pedazos de secuencias, encuadres, frases sueltas, descripciones de cortes, de gestos, localizaciones reales, elementos escénicos, un par de canciones quizás. Este magma primigenio es, en cierta forma, lo más divertido, lo más lúdico. Echas cosas ahí, las haces coexistir despreocupadamente, imaginas las relaciones de unos elementos con otros. Las tensiones, las sinergias, los contrastes, el poder evocador que quizás pueda llegar a tener el choque entre eso, esto y aquello. Esa otra cosa que sin ser filmada pueda quizás hacerse presente. En la formación de esa masa caótica de elementos y relaciones, creo, es donde reside la esencia de la película, su identidad, el punto de referencia al que siempre podrá volverse. La estructura, que supone de alguna manera el primer proceso de la escritura organizada como tal, es para mí el momento en el que parte de esa masa caótica empieza a ordenarse cobrando sentido narrativo, ya sea como parte de la historia estrictamente entendida como tal o no.
Me resulta fundamental preguntarme de qué forma se va a querer ofrecer ese sentido, en qué cantidad y con cuánta transparencia. En lo referente a la historia, cuáles son las regiones de luz y cuáles las de sombra, qué se pretende narrar claramente, qué se pretende que el espectador complete – y cómo motivar su interés para ello -, qué omitir. El tipo de proyecto de que se trate, obviamente, es fundamental en este punto. Hay películas en las que la historia y sus peripecias, o la progresión psicológica de los personajes, están en un primer plano; y hay películas donde la historia es mínima, incluso inexistente o difícilmente verbalizable, y donde la conducta de los personajes es más una pregunta que una respuesta. Hay unas donde la narración es pequeña, escueta y clara; hay otras donde la historia por sí misma es larga, rica y polisémica. Hay películas donde casi todas las cosas graves suceden al principio, colocando todo lo demás en un contexto de excepción; y hay otras donde un largo equilibrio previamente construido es arrasado por sucesos tardíos. Hay planteamientos narrativos que acaban por tener una solución exclusivamente formal, y viceversa; hay elipsis hechas con colores; hay premisas clásicas a las que se les da un desarrollo absurdo. Personalmente, me siento capacitado para arrancar con la estructura cuando visualizo un camino en este sentido, o cuando al menos tengo claro qué pacto de verosimilitud me gustaría construir con el espectador, qué tono tiene no solo la historia sino la película en sí misma, de forma que empiece a aparecer una manera de organizar y dosificar la información y los elementos expresivos que resulte fértil.
Lo cierto es que hay muchas maneras de narrar, distintos niveles de narración en sí, distintas vías para hacerlo, infinidad de elementos que pueden jugar un papel en la construcción de un hilo narrativo. Tal como yo lo veo, todo dentro de una película es susceptible de tener, también pero no solo, una vertiente narrativa; y a su vez lo narrativo tiene distintas formas de codificarse. Estructurar una película es para mí, al fin y al cabo, jerarquizar la información y los estímulos en niveles, y en cada uno de ellos decidir qué va a ser transmitido, con qué grado de transparencia o ambigüedad, en qué dosis, cuándo y de qué manera. Qué va a ser claramente narrado en términos inequívocos y directos, qué va a ser sugerido y qué va a ser apenas esbozado. Qué se va a verbalizar; qué va a ser diluido en un gesto, una actitud o un ambiente.
Es mucha cosa, la verdad. Así que es bueno encontrar una manera de abarcar el proceso.
En mi caso, en lo concreto, lo que hago a día de hoy casi invariablemente es escribir cada elemento en una pequeña tarjeta, tal y como lo tenga presente. Hay tarjetas que aluden a acciones, otras a personas, otras a palabras, otras a planos y otras a sonidos, a sensaciones, a sitios, a objetos o a lo que sea; unas tienen un diálogo entero y otras son solo un concepto o una imagen depositada en un término que me sirva para recordarla. Si dispongo de un corcho muy muy grande, uso el corcho, y si no, despejo la superficie más amplia disponible y empiezo a agrupar las tarjetas – los elementos – haciéndolos coexistir en una misma secuencia. Los reúno, los amontono, imaginando bajo qué parámetros pueden solaparse, convivir. Si temo que esa relación pueda olvidárseme, la anoto, aunque las relaciones más fructíferas no se me suelen olvidar. Luego esos grupos de tarjetas – las secuencias – los coloco en sucesión, fabricando pequeños tramos ordenados. Algunas veces pertenecientes al principio, otras al final, otras sin saber dónde van todavía. Quito un elemento de aquí, lo pongo allá, los grupos de tarjetas van variando su composición. Aparecen preguntas, yo intento ir respondiéndolas a partir de imágenes más que de conceptos. Cuando algo me convence, partiendo de ello van apareciendo vacíos, o surgen elementos nuevos, por lo que voy generando nuevas tarjetas, nuevos elementos. Algunos requieren ser constantes, y los escribo en pequeño en todas las tarjetas a las que afecten. Otros son desechados. Voy, poco a poco, intentando construir un sistema de transmisión de información para el espectador, y a la vez, buscando que la coexistencia, la yuxtaposición, la proximidad o la constancia de unos y otros elementos haga a la película desarrollarse más allá de lo estrictamente narrativo. Imaginando ese desarrollo, a la vez que la historia.
En este proceso, de entrada, intento guiarme mucho más por la intuición que por el raciocinio. No me obligo a mantener coherencia con grandes esquemas previos ni con conceptos-guía salvo que de forma natural se vayan imponiendo, como así suele suceder poco a poco. No me fuerzo a mantener una coherencia lineal en la psicología de un personaje, más bien voy acumulando en un orden concreto momentos de su vida, dando vueltas alrededor suyo, poniéndolos en contacto con el resto de la película. Buscando, más que otra cosa, las relaciones entre los elementos que quizás puedan aproximarnos a un cierto misterio. Intentando intuir cómo llegar hasta allí, más que tratando de entender nada. No creo que le suceda por igual a todas las personas, pero a veces buscando no pensar demasiado es como mejor se piensa. Así pues, dejo que la intuición trabaje, hasta tener una primera versión, aunque sea embrionaria y maltrecha, de la estructura de la película, de la distribución y el orden de sus elementos. Entonces la analizo. Descubro algo de las razones y los porqués que hay detrás de lo que la intuición unió. Entiendo un poco mejor qué es lo que yo mismo quiero. Sobre ese entendimiento paulatino, voy modificando la estructura, una vez más intuitivamente, y analizándola después, discerniendo, empezando a elegir, a entender, buscando, ahora sí, la coherencia, el desarrollo y el crecimiento ordenado de las cosas. Cuando tengo “terminada” al fin esa estructura, llena de elementos más y menos estrictamente narrativos o históricos, considero que hay muchísimo trabajo hecho. En ese orden y esa relación concreta que ahora tienen los elementos subyace ya el guión. Por el camino, creo, es así cómo a través del propio proceso creativo voy descubriendo qué película quiero hacer.